miércoles, 20 de mayo de 2020

Una partida de parchís

La estación estaba hasta arriba, como casi todos los días a las 17:30. Pero por alguna razón, por algún pálpito que se iba tornando en tenebrosa expectación, el cielo de Madrid se estaba enrareciendo tanto que daba miedo. No era la clase de miedo repentino tras ver algo que te es totalmente ajeno, ni el que produce el descubrimiento demencial de algo que no debería existir. Era ese miedo que se produce a fuego lento, tras observar lo que te rodea y estar seguro de que, a pesar de que se te ha negado tantas veces, algo va mal. Y no te lo puedes quitar de la cabeza porque estas viendo el aguijón del escorpión asomando. Inevitablemente, Sigurd llevaba meses viendo lo raro que era todo, y su felicidad se apagaba. Pero siempre había una chispa, una esperanza que le hacía aferrarse a todo lo bueno y que le impedía ver todo con claridad. Había cosas que se veían, la realidad mostrandose en todo su esplendor, pero seguía queriendo negar que su relación con Ana estaba en el filo de la navaja. Nada de lo que antaño hubiera sido un gesto agradable le resultaba ahora atractivo. Era en realidad un descenso anunciado, pero Sigurd solo hizo caso a las advertencias de forma inadvertida, sumergido como estaba en la espiral descendente que terminó por convertirse en el final de su relación. Porque en efecto, aquel día, en uno de los sitios mas emblemáticos que tenían, junto a la misma columna en la que pensaban quedar, como siempre, Ana iba a finalizar su relación con Sigurd.

Hacía muchos años que Sigurd no tenía este sueño. Solía ser un sueño muy doloroso, de esos que llegan profundo y te desgarran el alma. Pero como había pasado tanto tiempo, ahora lo veía con otros ojos. Muchas veces se había hecho la pregunta a lo largo de su vida ¿Mereció la pena el tiempo que pasaron juntos? La respuesta, o eso creía, estaba clara. Mereció la pena estar con ella mientras todo era bonito, porque luego Sigurd recordaba una espiral descendente sin parangón. Se acordaba sobre todo de una cosa, de la distancia que parecía hacerse mayor entre ambos. Atesoraba muchos momentos con ella, como cuando le invitaron al pueblo o cuando cenó con ellos cochinillo y luego conoció a la familia. Y sin embargo solo eran eso, el principio. Un principio bonito y que despertó en su cabeza un conocimiento real sobre lo que es disfrutar de la cercanía con alguien, si. Pero solo eso. Después el tiempo reveló el final. Aquél día en la estación fue solamente algo inevitable, algo que se llevaba gestando durante demasiado tiempo, y que salió, como no podía ser de otra forma, mal.

Se despertó sosegado, pero notó el calor de algo que le estaba cubriendo y se extrañó antes de incorporarse, solo para ver que el abrigo con el que había cubierto a patricia ahora estaba sobre él y que su camiseta estaba en su cabeza. Patricia ya estaba despierta y se dedicaba a hacer dibujos en la arena. Algunos eran los animales que conocía, y otros eran abstracciones muy extrañas, de las típicas que dibuja un niño. También había un dibujo muy rudimentario de una figura con un abrigo que recordaba, con bastante imaginación, al propio Sigurd. Este sonrió y se puso sus prendas antes de levantarse a por Patricia.
- ¿Llevas mucho despierta?- le preguntó. Ella hizo un gesto con la cabeza, afirmando.- Has hecho muchos dibujos.
- Si.- dijo señalandolos- Ese es Lobo. ¿Gusta?
- Si, es muy bonito- le respondió con una sonrisa- ¿Vamos a desayunar?
- Desayunar, si- le dijo mientras borraba los dibujos en la arena con los pies.

A la distancia, Sigurd pudo ver lo que parecía una vieja estación de servicio abandonada, azotada por los vientos arenosos del erial desértico en el que se encontraban. Se preguntó si quizá hubiera algún tipo de suministro que, por casualidad del tiempo, hubiera podido conservarse. Pero incluso aunque no fuera así, decidió acercarse a ver. Lo cierto era que en ese momento no había huellas en la arena ni nada por el estilo, ni tampoco se captaba ningún aroma en el aire, así que quizá pudiera estar desierta. La gasolinera, en efecto, lo estaba. No debía de haber quedado combustible, porque tampoco se olía nada parecido a la gasolina. Al entrar en la parte de la tienda, prácticamente se la encontró vacía. Quedaba alguna revista en muy mal estado de conservación y algunos envases cuyo líquido seguramente se hubiera estropeado desde hace muchos años. No había, como era lógico, nada comestible, y no había luz tampoco. Se acercó a los cuartos de baño para ver si corría agua al menos. Y en efecto así era, pero el desagradable olor que se desprendía de las cañerías le hizo pensar en lo peligroso que podría ser beber agua de tales grifos.

Quizá por el olor, o quizá por estar demasiado distraído, aquellos pasos le pillaron por sorpresa. Unos pasos firmes se escucharon en el interior. Estaban espaciados en el tiempo por unos cuantos segundos, seguramente porque se estaba girando mientras apuntaba, con la intención de detectar a alguien. No se equivocaba, había alguien y era él. ¿Qué hacer? Podía abrir súbitamente la puerta, freirla y se acabó, un problema menos resuelto de forma rápida y sin inmutarse. Pero no era esa una opción que alguna vez hubiera barajado, y esta vez tampoco debía ser distinta. No quería matar si no era estrictamente necesario hacerlo. Quizá un golpe, simplemente algo con lo que noquear a esa persona, pero parecía bastante preparada para un ataque. Por otra parte, si quisiera disparar a la primera de cambio, es posible que ya lo hubiera hecho, o que hubiera entrado de manera mas agresiva. Por el momento solo estaba observando, seguramente apostada en algún lugar. Suspiró para sus adentros. Parecía que lo único que podía hacer en ese momento era abrir la puerta muy despacio. Con suavidad, agarró el pomo y lo movió, tratando de mantener la calma. Le costó un poco, ya que no tenía nada pensado que pudiera ayudarle sin tener que usar la violencia, y no quería. Abrió por fin la puerta, despacio, y cuando la puerta reveló por fin su figura, levantó las manos. En efecto había una persona, una mujer. Tenía una gorra de campaña con la que seguramente se protegía del sol y ropas de camuflaje en el desierto. Parecía haber recibido el inclemente viento del desierto durante bastante tiempo, pues estaba recubierta por una capa de arena que hacía difícil distinguir en medio de la penumbra su aspecto. Pero su pelo sin duda estaba enmarañado y recogido en una coleta. Sostenía en sus manos una escopeta que dio a Sigurd muy mala espina. No le quitaba ojo de encima. "Odin que todo lo conoces, hazme comprender la lengua de esta mujer", pensó cerrando los ojos un par de segundos. Un breve momento de calma envolvió todas las fibras de su cuerpo antes de abrir los ojos de nuevo en lo que casi fue un parpadeo. La mujer no le quitaba ojo de encima, apuntándole impertérrita. Le estaba examinando, muy despacio, para comprender a lo que se enfrentaba.
- ¿Quién eres y qué haces aquí?- dijo la mujer sin mover un solo músculo de su cuerpo. La plegaria había surtido su efecto, y Sigurd comprendió su idioma a la perfección.
- Soy Lobo, y estoy regresando a casa- respondió Sigurd, tratando de mantener la calma, pero empezaba a agobiarse.- Busco algo para comer.- la mujer parecía que iba a echarse a reír de un momento a otro al oír eso.
- Aquí no hay nada que puedas comer- le respondió- Y el pueblo mas cercano está a un par de días a pie. No había huellas fuera, aparte de las tuyas, de lo que deduzco que no vas en vehículo ni en nada que se parezca.
- No, ciertamente no. Y el viaje a casa aún es muy largo.
- Puede que el viaje acabe aquí si no me das un motivo para dejarte con vida
- No tengo un motivo para que me dejes vivir. Pero no veo motivos para que tengas que atacarme.
- Yo creo que si los tengo. Para que no me mates es uno de ellos, desde luego.
- ¿Por qué crees que yo te querría matar? Solo soy un extranjero en busca de comida.
- Conozco a mucha gente que consideraría a eso motivo de sobra. Y mas aún con ese acento tan raro que tienes.
- Venga, si me quisieras muerto ya me habrías disparado. Además ya ves que no llevo ningún arma encima- dijo Sigurd ya algo nervioso. Estaba empezando a barajar opciones para deshacerse de ella antes de que apretase el gatillo. Eso podría ser fatal. Se le daban muy bien los combates en los que ya tenía algo pensado qué hacer o contra otros hechiceros, pero no sabía parar balas sin tener pensado antes con qué hacerlo.
- ¿Lobo?- dijo una voz dulce desde la entrada de la tienda.- ¿Quien es ella?
- No es nadie, Patricia, una amable mujer que estaba hablando conmigo.- dijo Sigurd ciertamente asombrado. Porque Patricia, quien ahora estaba junto a ellos, había hablado en el idioma de la mujer que le estaba apuntando con un arma.
- ¿Quien es ella?- dijo la mujer empezando a perder la calma
- Es mi hija, cálmate
- No me has dicho que venías con ella
- Ni pensaba hacerlo, no has parado de hacerme preguntas sobre quien soy o que quiero, y me has amenazado de muerte por ningún motivo, y como toques a mi hija voy a tragarme todo el respeto que tengo y vas a desear no haberme apuntado con una escopeta- dijo Sigurd en un arranque de ira. No lo tenía planeado. No sabía siquiera como las palabras habían volado de su boca al aire, pero las sentía.
- Lobo, no la hagas daño- dijo Patricia tímidamente- Es buena. Es buena como Lobo.
La mujer bajó el arma. Patricia estaba sonriendo tímidamente al principio pero luego sonrió mas y fue a abrazarla. Estaba muy sorprendida. Pero si alguien estaba sorprendido era Lobo. Se había hecho muchas preguntas pero estaba claro que no podría hacerlas con la otra delante.
- ¿A dónde váis?- les preguntó ya con el arma bajada y una actitud mucho mas serena
- Al mar de sal.- respondió Sigurd.
- Eso está jodidamente lejos. Bien, seguidme. Algo podré daros para que esta pobre chica no se muera de hambre.
Patricia abrazó a Sigurd riendo feliz en señal de triunfo. Sigurd por una vez sintió que una persona importante para él estaba a salvo, y eso que habían solo sido unos pocos segundos. La dio un beso en la cabeza mientras también la abrazaba y siguió a la mujer, que parecía dirigirse a uno de los depósitos de combustible de la gasolinera en el suelo. La entrada tenía una escalera, y la falta de iluminación al principio impedía distinguir el fondo. Sin embargo, al bajar por la escalera si que se podía ver gracias a un sistema de alumbrado que parecía recorrer las galerías, excavadas en la tierra y encaladas para evitar que pudieran humedecerse o hundirse las paredes y el techo. Además, el interior era fresco y agradable en comparación con el clima inclemente del desierto. Tras unos cuantos metros de túneles, llegaron a una puerta de madera. La mujer abrió gracias a una llave que guardaba en su bolsillo. A Sigurd le vino un recuerdo de una despensa con una puerta parecida, un momento en el tiempo muy lejano, de cuando su familia materna se reunía por Navidad y tenía que bajar a la bodega a coger las botellas de cava, que se habían enfriado mejor ahí. El frescor del interior de la estancia también le trasladó a las sensaciones vividas en las cuevas del Bosque. Los aromas se confundían, porque por una parte podía oler humedad pero bien sabía que no provenía de las paredes. Debía de tener algún tipo de tierra húmeda para otros usos, quizá la labranza fuera uno de esos usos. Y también había un aroma a viejo, a usado, a lugar polvoriento, evocador, como si se tratara de una ruina sagrada o de un antiguo templo o capilla. La habitación que siguió al umbral de esa puerta era bastante parecido a un salón, con un amplio sofá tapizado en cuero pero con montones de grietas y rajas en su superficie. Tenía un televisor, pero Sigurd tenía la certeza, sin siquiera haberlo intentado poner en marcha, de que no conseguiría ningún canal, por lo que dedujo que sus habitantes intentaron, al menos, conservar algún recuerdo de una época remota. Había también alguna alfombra, una mesa baja de madera barnizada y unos estantes de metal junto a las paredes con algún libro y con detalles decorativos. Su mirada entonces se posó sobre un tablero de parchís que descansaba sobre sus cubiletes.
- ¿Cómo te llamas?- le preguntó Sigurd
- Berna- respondió la mujer- Pero no se por qué me preguntas, en realidad os voy a dar un par de cosas y os marcharéis de aquí.
- Ya por no perder la costumbre respondió Sigurd sin apartar la mirada del tablero.
- ¿Qué pasa?- le dijo observándole- ¿Lo quieres? Te lo puedes quedar, hace años que nadie lo usa. Ni siquiera sabemos para qué sirve.
- Cuando era pequeño jugaba a esto.
- Ah, que es un juego. Pues mira tu, yo ni sabía que servía para algo. Llévatelo si quieres, a lo mejor os hace pasar un buen rato de camino al mar de sal.
- Creo que lo aceptaré, muchas gracias- dijo Sigurd pensando en enseñarle a Patricia a jugar y echarse unas partidas para entretenerla con otra cosa que no fueran cuentos y dibujos.
- Vente, pequeña, te daré una mochila con cosas que podéis comer.
Mientras Patricia y Berna se entretenían preparando algo que pudieran llevarse, Sigurd se sentó y se puso a pensar en el lugar en el que estaba. No quería tener demasiada relación con Berna porque vete a saber si la volvería a ver. Así que en efecto, cogerían la comida, el tablero de parchís y se marcharían. Pero daba la impresión de que Berna no vivía sola, sino que, quizá tiempo atrás, había estado viviendo con alguien. Si tenía comida que pudiera compartir y vivía en medio del desierto, quizá tuviera huertos subterraneos, o puede que incluso, y esto no era descabellado del todo, algún tipo de granja. No exploró, demasiada buena fortuna habían tenido que Berna no le había metido un cartucho entre las cejas. Tardaron un buen rato, pero cuando regresaron Sigurd seguía en la misma posición en la que le dejaron, como si para él en realidad hubieran pasado solo unos segundos.
- Bueno, la niña ya tiene las cosas. Coge la tabla y los barriletes y hasta... yo que sé, imagino que no os veré ninguna otra vez- dijo Berna intentando no parecer demasiado fría.
- Muchas gracias. No se si podremos llegar nunca a agradecértelo- dijo Sigurd agradecido.
- No me lo agradezcáis y cuida de la chica- dijo antes de cerrar la puerta- Te has evitado un conflicto solo porque ella estaba ahí, yo no tenía intención de evitar el conflicto.
Sigurd sonrió, un poco por mantener las formas y también para evitar otro mientras pensaba. Porque si bien era cierto que podía haberse llevado un tiro en la cara, también era muy posible que antes de eso ella hubiera "disfrutado" de sensaciones que no sabía que conocía y que no eran agradables.

Tras salir y alejarse un poco, al abrigo de una cavidad entre las rocas, Patricia y Sigurd abrieron la mochila para ver que era lo que contenía. Sigurd alucinó. Bocadillos, frutas, todos esos alimentos que en la superficie eran difíciles de encontrar ahora estaban ahí, ante sus ojos. No fue por glotonería, sino por añoranza, por lo que Sigurd cogió uno de los bocadillos y comió con Patricia. Su incredulidad no tenía fin. Debió de no estar atento o quizá demasiado absorto estaba en recuerdos y pensamientos, porque lo que estaba degustando era panceta que había sido hecha hace poco, con un poco de queso recubriéndola. Ese olor canta, y ni se dio cuenta. Se le deslizó una lágrima. Patricia también estaba disfrutando de estos nuevos manjares.
- ¿Qué es?- dijo enseñándole el bocata
- Es un bocadillo. Los bocadillos son pan, que es lo de fuera, relleno de cosas, como queso o embutidos. El queso es esta cosa amarilla y los embutidos son carne de cerdito. En este caso es panceta.
- Este cerdito no hizo casa- señaló Patricia.
- No, este no hizo casa. Este nos va a alimentar.
- Sabe bien. A Patricia gusta cerdito.
- Después del cerdito hay frutas. Mira, esta está muy rica- dijo Sigurd sacando un plátano.
El sabor del plátano dejó perpleja a Patricia, que no se esperaba como esa cosa alargada pudiera tener un sabor dulce. Era para ella una especie de barrita rara que había que morder y que sabía distinto a las arañas, ratas y demás alimañas del desierto.

Por la noche, Sigurd sacó el tablero de Parchís. Era muy parecido a los que tenían sus amigos, ya que él no era muy de parchís, le parecía un juego demasiado desfasado. Pero ahora mismo cualquier cosa era algo desfasado teniendo en cuenta que lo natural es que si hubiera niños, lo cual imaginaba Sigurd que era algo probable, no sabrían jugar con ello sino con otras cosas mas sencillas. Estaba demasiado desconectado para con el mundo, pero un vistazo a su alrededor y a los asentamientos que había visitado le daban para imaginarse un par de cosas al respecto.
- Bueno, Patricia, te voy a enseñar a jugar al Parchís.- dijo Sigurd mientras Patricia no quitaba el ojo al cubilete amarillo.- Mira, consiste en llegar con las cuatro fichas que tienes dentro del barril al final del juego. Tu quieres el amarillo, ¿verdad?
- Si- dijo Patricia sonriendo mientras seguía mirando al cubilete- Tu rojo. Lobo es rojo. Rojo enfadica.
- Oye, ¿cómo que enfadica?- dijo Sigurd a medio camino entre el asombro y el mosqueo- Yo no te he enseñado a decir esa palabra.- Patricia se reía cada vez mas a medida que Sigurd se daba cuenta de que en efecto, a ojos de cualquiera que le viera, era un poco enfadica- Bueno, vale, yo rojo. Vale, ahora verás que en el cubo también hay otra cosa. Es un dado. Los dados tienen números. ¿Ves? Tienen puntitos y esos puntitos son números, es como contar.
- Si.
- Empieza el que mas tenga. Mira, se tira así el dado- Sigurd agitó el cubilete con el dado dentro y lo volcó de forma que el dado rodó un poco. Salió un tres.- Ahora te toca a ti, tira el dado.- Patricia imitó como pudo el gesto que hizo Sigurd y miró atenta a la mesa a ver como rodaba el dado. Un seis.- Bien, pues empiezas tu
- Un seis- dijo Patricia riendose- ¿Ahora que?
- Tiras tu, porque empiezas, y tienes primero que sacar un cinco.- Dicho y hecho, el dado sacó un cinco a la primera- Venga, pues como ha salido un cinco, puedes sacar ficha. Ponla en la casilla de tu color, la que tiene tu color y un puntito.
- Hay mas puntos en otros sitios. ¿Por qué?
- Ay cierto, se me olvidaba. Porque si llegas a una ficha mia podrías comermela y entonces yo le tendría que llevar otra vez a la salida y tu podrías mover veinte casillas.
- No me comas las fichas- dijo Patricia preocupada- No sabemos donde hay mas
- Es un modo de decirlo Patricia. Lo que quiere decir es que la eliminas el camino y vuelve al principio. Cuando das una vuelta entera al tablero, puedes moverlas por la columna de tu color, y tienes que meter dentro las 4 fichas. Dentro de tu color yo no puedo hacer nada. Ni tu tampoco en el mio, claro.
Al octavo turno, Patricia ya tenía sus fichas fuera, y Sigurd no había podido sacar ni una. Pero en vez de preocuparse por eso, le interesaba ver si a Patricia le gustaba el juego. Llegado un punto, Sigurd no tuvo que recordar ninguna norma, Patricia podía perfectamente manejar la situación. Así, en el calor de la partida, Sigurd cambió de conversación.
- Oye Patricia- preguntó mientras movía una de sus fichas tratando de huir de las que venían a por ella- ¿Por qué sabías que Berna era buena persona?
- Me lo dijo mamá- Sigurd se preocupó al oir esas palabras. Lo había olvidado completamente, Patricia tenía una madre, una que además conocía de hace muchos años, y se le había ido de la cabeza.- Mama viene a verme en sueños.
- ¿Te viene a ver en sueños? ¿Qué te dice?
- Me dice cosas y me enseña palabras- dijo Patricia sonriendo mientras miraba como un seis hacía que la ficha de Sigurd volviera a la casilla de salida. Veinte casillas hacia adelante por la cara.
- ¿Se te aparece la Lechuza en sueños?- Patricia negó con la cabeza muy rápido mientras ponía cara de preocupación- ¿Qué pasa?
- La Lechuza no es mi mamá- estas palabras preocuparon mucho a Sigurd, que empezaba a imaginar cosas que no quería- Mi mamá es buena. Las mamás son buenas con sus hijas. La Lechuza es mala.
- Pero...- Sigurd estaba sin habla- Pero si... Pero si hubiera jurado que... ¿Y quien es tu mamá entonces?
- No lo puedo decir- dijo Patricia un poco triste- Dice que no puedo decírselo a nadie.
- ¿Y sabes quien era tu papá?- dijo Sigurd sin saber si podría siquiera darla una respuesta ahora que su boca había hablado antes de tiempo.
- Si
- ¿Puedes decirlo? ¿Te deja mamá decir quien es?
- Es el Lobo.- Sigurd soltó una lágrima repentina y se atragantó por un momento. No se lo vio venir. Es cierto que la familia es algo que no se podía definir, o al menos eso era lo que tras tantísimo tiempo había visto, pero la maternidad y la paternidad era algo que no solía cuestionarse. Quizá por su origen, ya que nunca había tenido un conflicto tan potente con sus padres. Y lo cierto es que le estaba cogiendo demasiado cariño a Patricia, quien sabía que era hija carnal de su amigo, el Búho.
- Creo que eres como una hija para mí, Patricia- dijo mientras dejaba el tablero de parchís y se levantaba para darle un abrazo a Patricia, quien reaccionó igual. Un calor como no había sentido en años le recorrió de arriba a abajo calmando durante un momento la sensación de pesadez de los años y la tensión que llevaba acumulada por décadas.
- Papá- respondió a su oído con una suavidad y cariño.




El paisaje industrial oxidado que rodeaba a Ana sorprendía por dos cosas. La primera era la solidez. No se trataba de ruinas en medio de un páramo desértico, sino que eran edificios que a pesar de su estado habían resistido el paso del tiempo y permanecían impertérritos. La segunda era su actividad. A la distancia no se podía escuchar, pero de cerca se oía fácilmente el ruido de las máquinas, en perfecta armonía incesantemente. Maquinas de fábrica que aún operaban a pleno rendimiento, a toda potencia mientras los hornos seguían emitiendo calor. Un sonido al que estaba acostumbrada pero que a cualquiera podría impresionar, pues alteraba la quietud del viento bravío del desierto. Ana se movió tranquilamente hacia el corazón de la fábrica central de aquel complejo mientras observaba a su paso el tono terroso y anaranjado de metales oxidados. Hubiera jurado que parte de esas piezas que desfilaban por la pasarela tenía aspecto humanoide o que al menos parecían extremidades, pero solía no prestar atención a lo que otros de aquel entorno hacían. Cosas de tecnomantes, convenía no meterse. Tras pasar un complejo de puertas y de cadenas de industria, pudo por fin llegar hasta la puerta de metal que tenía en su interior a la persona que estaba buscando. En una sala llena de monitores, de teclados y de botones que no tenían, a vista de Ana, orden aparente, había un hombre con el pelo de punta hacia arriba, con una suave barba de pocos días y ojos con eyeliner que miraba hipnotizado un monitor. Lucía una cazadora de cuero de motorista y tenía una camiseta blanca en la que podía leerse "KMFDM". Completaba su conjunto unos pantalones vaqueros y unas botas camperas. Tenía las manos entrelazadas detrás de su cabeza y los pies sobre la mesa, meciéndose en la silla.
- Vaya. Mira quien viene- dijo animado el muchacho con una voz muy grave- La Mariposilla vuelve a la fábrica.
- No estoy de humor, Murciélago- le respondió tajantemente. Este se dió la vuelta bajando las piernas y girando la silla.
- Tu dirás entonces. Deduzco que no has venido solo a verme, y sabes que suelo estar ocupado.
- El Fénix ha muerto. ¿Lo sabes?
- Si, algo me ha dicho el maestro. Pobre chiquilla. No me ha dicho los detalles.
- El caso es que se quien lo hizo y traté de combatirle.
- ¿Y bién?- Preguntó mirándola con cara de ya saber la respuesta.
- Pues me humilló y ni siquiera le hizo falta atacarme. Le intenté sacar el alma y en vez de eso lo que me sucedió es que se volvió mas fuerte y dejó de afectarle. Deja de mirarme así, ¿vale? Parece que te hicieras el listo.
- Te podía la impaciencia, ¿verdad? Habías ido a por ese asesino movida por el odio y no te paraste a pensar en los consejos que se te dieron.- el murciélago había cerrado los ojos. La Mariposa notó como algo se metía en su cabeza y terribles picores le consumían en su cabeza.
- Para ahora mismo- dijo mientras una sensación de furia se arremolinaba en sus brazos con dirección a sus brazos.
- Vale, vale, vale, tranquila- respondió abriendo los ojos- solo quería saber si me ocultabas información. Y lo haces. Pero soy buena persona y me la callaré.
- No se ni por qué me molesto en venir a verte- dijo dando media vuelta y acelerando el paso
- Porque se a donde se dirige el Lobo y lo que necesitas para matarle- dijo en voz alta para que pudiera oirle antes de que cerrara la puerta. Y fue efectivo, la Mariposa se giró y le miró, aunque con algo de desgana- Pero necesito que te tranquilices y recuerdes que soy tu amigo.
- A veces no lo tengo tan claro.
- Venga, mujer, no seas así. ¿Te apetece algo? los tecnomantes me han traído nuevos suministros y las bebidas están ya frias, la nevera funciona.
- ¿Cerveza tienes?
- Tengo varias, coge la que mas te guste, pasada la puerta de mi izquierda.



El Cisne se estaba ya preocupando por el Ciervo. Llevaba nervioso un par de días. Nada parecía haber cambiado en el bosque, ni los animales estaban inquietos ni las plantas habían iniciado ningún cambio imprevisto. Pero Ciervo estaba visiblemente nervioso. El Oso también se lo notaba, por supuesto, pero no querían presionarle. Su nerviosismo iba en aumento desde hacía unos días y ahora se dedicaba a dar vueltas en círculo. Cuando por fin se decidieron a preguntarle, el Ciervo solo se limitó a decir "no le encuentro, no se donde está".
- ¿A quien crees que se refiere?- preguntó el Cisne
- No tengo ni idea. Pero quizá sea el Lobo. Llevo yo también unos días sin saber sobre él. Pero el caso es que se que está vivo. Lo hubiéramos notado, tenemos una conexión demasiado fuerte con este lugar.
- Si está vivo eso es lo que importa, ¿no? Un día vendrá, yo tengo claro que lo va a hacer.
- Si, si yo también, pero el hecho de que no podamos saber donde está... no es algo muy normal.





Patricia había ganado. Sigurd había remontado un poco al final, pero los dados le habían dado la ventaja a Patricia casi desde el principio. Llegó la hora de acostarse y Sigurd puso una runa en el suelo para que el fuego durase hasta la mañana siguiente, cuando retirase esta, le dió un besito en la frente a Patricia y la arropó con su abrigo. Y al tumbarse en la arena, con una satisfacción enorme, cayó como un tronco en un sueño profundo. Mientras dormía, su consciencia se elevó hacia otro plano. Y una vez mas una neblina se alzó en una tierra de sombras mientras observaba la figura, ahora sonriente, del Cuervo.
- Te has dormido muy rápido- dijo ella rompiendo el silencio.
- Ha sido un día muy bonito- le respondió- me he sentido muy valorado hoy. Me hacía falta algo parecido.
- Ojalá pudiera darte mas información sobre las cosas que se. Pero mientras tanto ojalá esto nos dure.
- ¿Nos? ¿Eres tu su mamá?- dijo lleno de emoción
- Si. La llevo visitando en sueños tratando de ayudarla a hablar mejor desde que la sacaste de aquel laboratorio- dijo sonriendo- Y bueno, no puede decirlo. No puede decir que yo soy su mamá porque en teoría yo no estoy aquí, ni estaré, ni puedo cumplir otro papel que no sea el que se me ha impuesto.
- ¿Y qué pasa con la Lechuza?- dijo preocupado esta vez- Se supone que ella es su madre biológica.
- Ella no quiere saber de ella, y estoy segura de que es por algo que aún desconocemos. Pero si ella no quiere... mira, no he sido madre nunca antes, pero es que no me atrevo a decirla lo contrario.
- No, ni yo, con decirte que incluso busco comidas para ella y quiero que se cuide y esté bien... no sabía yo esto de mi.
- Ríete si quieres pero yo sí lo sabía. Y todos los que de verdad te conocen lo saben. Todos. Eres demasiado buen padre y ya era hora de que ese amor paternal fuera a una persona que sea tu hija.
- Tengo que regresar al bosque. ¿Qué debería hacer si me encuentro con la Lechuza?
- Haz lo que creas pero que nos quite a nuestra hija. Esto ya es casi un favor personal. No quiero que la perdamos. De verdad la quiero como si lo fuera.
- No podría dejarla en las manos equivocadas. No ahora que me siento como me siento.
- Confío en ti. Y Sigurd... no les hables de mi de nuevo. No pueden saberlo




"Ay, amor mio. Cuanto sufro por saber todo nuestro destino. Y por saber el suyo y por saber el de las personas que no pasarán por nuestra vida ni por nuestro nuevo hogar. Cuanto se sufre por saber lo que se. Y da igual lo mucho que tratemos de evitarlo" Pensaba un delgado y desnutrido cuerpo en su cueva mientras el sonido de las gotas de las estalagmitas caía sobre el agua.

miércoles, 26 de febrero de 2020

Recuerdos

La luz no llegaba al fondo de la gran sala de piedra calcárea. Tras varios kilómetros de galería en los cuales la visión era dificultosa, y tras atravesar un lago subterráneo de una considerable profundidad, ahora ya por fin la oscuridad era total. El otro lado del lago era no solo un lugar oscuro, sino que tenía una presencia sentada en una roca, moldeada a la medida de la presencia muchos años ya. Si algo, siquiera la mas débil de las luces pudiera haber iluminado, se podría ver como una túnica de monje, robada sin duda a alguno de los cadáveres de los viejos monjes benedictinos en algún lugar próximo, era rellenada por una figura escuálida, huesuda, envejecida y casi reseca. Dedos largos y dantescos sobresalían de entre las mangas, con uñas cortas pero decrépitas. Su rostro, pálido como el de un cadáver, con venas casi necrosadas y oscuras, parecía no tener vida, con esos ojos amarillentos carentes de todo atisbo de visión, y esos cabellos largos y oxigenados. No se podía distinguir vigor alguno en esos labios, tanto era así que incluso intentar ver unos labios se mostraba tarea complicada. Y era peor aún darse cuenta del detalle mas macabro posible. Unos gigantesco colmillos inferiores sobresalían, poderosos y puntiagudos, sobre una dentadura llena de afilados dientes, monstruosos y letales. Le costaba respirar y tenía la cabeza baja, por no mencionar el agudo dolor que le embargaba. No tenía una noción real del tiempo, pero había comprendido que ya era algo irrelevante. Tras años tanto tiempo así, había conseguido comprender que la prisa era justamente su peor enemiga. Su sensibilidad mágica, sin embargo, había aumentado, y era consciente de cosas inesperadas. Por ejemplo, sabía quienes de entre sus seres queridos habían muerto, y cuándo había alguien que le importase. Justamente esas dos sensaciones se habían manifestado, cual dolor en su corazón, en su lado de la orilla del lago. Unos pasos en el suelo húmedo y rocoso se aproximaban, con elegancia, hacia él. Y es que ante él había una presencia femenina. Un largo vestido de terciopelo verde oscuro, con encorsetado morado en su pecho, y una caperuza negra, resaltaban a la tenue luz de una vela. Sus cabellos, castaños y rizados, llegaban hasta mas allá de sus hombros, cubriendo parte de su pecho. Sus ojos estaban cerrados y sus labios, de un suave color rosado, se abrieron tras unos instantes.

- Mi señor- dijo serena pero con aire de tristeza- Tengo una mala noticia que daros- La siniestra figura se estaba irguiendo a medida que oía las palabras, y ya por fin pudo ponerse lo suficientemente recta.
- Habla sin miedo- dijo con una voz cavernosa y ronca, pero llena de serenidad- Creo, aún así, que conozco las nuevas que me traes. Pero por favor, dímelas sin miedo.
- El Fénix... ha muerto- dijo esta vez visiblemente apesadumbrada- El Lobo la ha encontrado.
- Exacto. Me temía que fuera el Fénix.- Una lágrima se deslizó por el macabro rostro- Pobre niña.
- En realidad, maestro, no solo he venido a contaros las nuevas. Quería haceros una petición.
- ¿De que se trata, Mariposa? ¿Qué es lo que yo debo concederte que es tan importante para ti?
- Quiero ser yo quien mate al Lobo- sus puños se cerraron con férrea determinación mientras su tono de voz se alteraba.
- Mariposa, cariño, no puedo impedirte que lo hagas. Pero como tu señor y maestro tengo que advertirte, siempre, de lo que estas a punto de hacer por tu odio.
- Estoy decidida, oh poderoso. Estoy decidida a vengar a mi amiga.
- Escúchame, por favor- a pesar del peso de sus palabras, el tono sereno que las acompañaba era muy potente, y la Mariposa se silenció durante unos instantes- No es un simple hechicero. Los dioses le han encomendado una tarea muy pero que muy difícil. No por nada, en realidad. Enfrentarse a lo que no se conoce, como sabes, puede ser muy peligroso.
- No iré sin preparación. Se lo muy importante que somos para ti, y yo no quiero que sufras mas. Te traeré su cuerpo sin vida para que puedas beber de su sangre, mi señor, prometido- dijo con una sonrisa justo antes de marcharse.

Cuando por fin la Mariposa se marchó, de entre la oscuridad, una voz se dirigió a él

- Si de verdad la apreciabas creo que tenías que haberla impedido ir a buscarle- una voz dulce y musical flotó por los aires hasta llegar a los oídos del hombre
- ¿Qué otra cosa podía hacer, amor mío?- contestó con un tono de cansancio- No va a desistir. Quiere mi aprobación solamente para que yo no me sienta mal
- Es mas poderoso de lo que ella es.
- Pero no puedo evitar que vaya, como una polilla a las llamas. Te juro que todo lo que ha pasado me llena de dolor y no puedo hacer otra cosa que sufrir a cada segundo. Pero es la voluntad de los dioses, y yo me limito a seguir el camino que me otorgaron.
- ¿Qué harás cuando tengas de nuevo el vigor de antaño?- Durante unos instantes, el hombre estuvo callado, pensando su respuesta
- Tengo que poner punto y final a todo. No es lo que quiero, pero si lo que debo hacer. Tras eso, ascenderé. Y entonces, solo entonces, podremos estar juntos de nuevo.





No tardó mucho en darse cuenta Sigurd de que la cosa se le estaba complicando poco a poco. Cuando empezó a pensar, se dio cuenta de que ahora que tenía a alguien a su cargo, tendría que cuidar a ese alguien. Peor aún, resulta que ese alguien no tenía ni idea de hacer absolutamente nada, era lo mas parecido a un bebe. Antes de salir de la mina, buscó comida. Pero en ese sitio no había nada. Maldijo durante un par de segundos la situación, porque no le quedaba otra que intentar cazar a los bichos y roedores que parecían ser el único alimento en kilómetros a la redonda. Y cuando creía que no iba a ser lo único difícil, escuchó un ruido de caída, seguido de un llanto. Algo se le desgarró por dentro y se acercó para ayudarla al tiempo que la daba un abrazo y trataba de tranquilizarla con palabras suaves al oído. Lo que le incomodó era que la niña no era una niña, era una adolescente, y no podía mecerla en sus brazos porque tampoco es que fuera muy fuerte. No es que Patricia tuviera mucho peso, es que Sigurd no era precisamente musculoso. Así que para que se acostumbrara a andar, Sigurd cogió del brazo a Patricia y empezó a andar con ella. Al poco estaban andando juntos. Patricia se reía de felicidad a cada poco, porque le hacía muy feliz poder andar. Tras un par de horas estaba andando sola. No se sorprendía tanto del paraje en el que estaba porque en cierto modo ya lo había visto. Era otro de esos paisajes que aparecían en sus alucinaciones. Pero ahora, quizá conociendo la naturaleza de lo que había sucedido de una forma que no podía explicar, comprendía que ese paisaje no iba a desaparecer solo.

Pasaron los días. Sigurd le hacía señales cuando iba a buscar alimento para que se quedase quieta, y ella se sentaba a esperarle. Al cabo de un rato Sigurd volvía con algunos animales, que por lo general, y de esto Sigurd se lamentaba bastante, eran arañas, lagartos y algún escorpión. Lo poco que esa marchita tierra podía proporcionar. Pero era algo, y Patricia se lo comía sin rechistar. Sigurd no comía. Tampoco es que le hiciera falta, su cuerpo estaba preservado como recompensa por sus actos ante los dioses. Pero de vez en cuando disfrutaba del placer de la comida, y de hecho para mantener el equilibrio cazaba en el bosque. Pero los animales del bosque no eran lo que había en el desierto. Buscar agua no le suponía dificultad alguna, ya que con lo que aprendió del Ciervo, podía detectarla en la tierra y excavar un poco para encontrarla. Era una tarea a la que no estaba acostumbrado, pero que hizo pensando solamente en lo mucho que Patricia lo necesitaba. Cuando se hacía de noche, Sigurd encendía una hoguera y le trataba de enseñar palabras a Patricia. Le encantaba, Patricia le prestaba atención y las decía con mucha ilusión. Pronto, quizá movida por una fuerza interior que no supo describir, Sigurd observó que Patricia se atrevía también a intentar conjugar los verbos. Eso a Sigurd le costó bastante mas. Para empezar porque claro, eran solo dos. En un principio, para que supiera lo que era la tercera persona del singular y la segunda y la tercera del plural, tuvo que usar los animales que había cazado. Y Patricia se liaba. Pero era muy atenta, y ya tras dos días supo diferenciarlos a la perfección.

- ¿Quieres que te cuente un cuento esta noche, Patricia?- le dijo Sigurd mientras reposaban en una pequeña cueva que encontraron entre las rocas del desierto
- ¿Que ser.. eh... es cuento?- trató de articular Patricia
- Un cuento es una historia para niños- dijo despacito y mirando como reaccionaba. Parecía asombrada, pero comprendía lo que había dicho
- Patricia no es niña- dijo tímidamente- Ya es mayor
- Si, eres mayor- dijo Sigurd con una sonrisa tierna- Pero los mayores también escuchan cuentos, son muy bonitos.
- Bonitos. Vale, Patricia quie... Yo, yo quiero- dijo corrigiéndose sola.
- Está bien, te contaré uno. Los tres cerditos.
- ¿Qué son cerditos?
- Son animales. Animales mas grandes que las ratas, mucho mas. Y tienen orejas y morro muy grandes, y la colita es redondeada. Espera, te dibujo uno.- Con sus dedos en la arena, y a base de círculos, Sigurd procedió a dibujar un cerdo. El resultado era bastante cómico, ya que lo que es dibujar, había perdido toda referencia sobre ello hacía muchísimos años. En otra época, ya hace años, recordaba que si que sabía dibujar algo, pero de eso ya había pasado demasiado tiempo. Así que el animal era una mezcla entre un globo y una escultura de plastilina. Patricia sonrió, le parecía muy mono.- Esto es un cerdito.
- Cerdito- dijo se reía- Tres cerditos.
- Eso es, tres- Sigurd levantó tres dedos. Como era algo que le había enseñado hacía muy poco, Patricia supo a lo que se refería.
Como cada noche, Sigurd arropó a Patricia con su abrigo, y con su camiseta hizo una almohada para que pudiera apoyarse. Solo que esta vez, empezó a narrar.

"Érase una vez, en un lugar muy lejano, tres cerditos que se querían hacer una casa. Cada uno la hizo de una cosa, el mas vago la hizo de paja. Otro la hizo de madera. Y el mas trabajador la hizo con materiales buenos de obra. Tardó mucho en hacerla, pero lo logró."
"¿Qué es vago?"
"Vago es el que no le gusta trabajar. Un día vino el Lobo"
"¿Lobo? ¿Tu? ¿Con cerditos?"
"No, no, yo no. Otro lobo, como un perro grande."
"Aaaaaaah, los que hacen Auuuuuuuuuuuuuu"
"Si, eso es. Y Como estaba buscando comida, el lobo vio a los cerditos, que corrieron a refugiarse en sus casitas. Así que el lobo, al ver la casa de paja, le dijo que abriese o soplaría tan fuerte que derribaría la casa"
"Pero los lobos no hablan"
"Ni los cerdos construyen casas, Patricia, es un cuento, pasan cosas que no son verdad, pero que son graciosas"
"Ah vale"
"El lobo sopló y sopló. Y la casa derribó. Te adelanto que los lobos en la realidad no soplan tan fuerte. Pero este si lo hizo, y el cerdito tuvo que correr a la casa de madera. El lobo volvió a soplar, y de tan fuerte que sopló, derribó la casa de madera también. Y ahora viene lo bueno, verás. El lobo esta vez intentó soplar la casa buena, la que le costó trabajo al último cerdito. Pero la casa estaba igual, no se iba. Así que el lobo no tuvo otra que irse, no podía derribar la casa.
"Pero el lobo no come"
"Esos cerditos no. A lo mejor otros"
"No gusta. Lobo no come y tiene que comer"


- Tiene que comer y ser fuerte- dijo bostezando- Como Lobo y Patricia.
- Si, como Lobo y Patricia- respondió Sigurd dándole un besito en la mejilla- Duerme bien, pequeña
- Mañana cuento mejor- dijo Patricia cerrando los ojos.
Sigurd observó a Patricia. Sonrió un buen rato mientras contemplaba su joven figura. Tenía el deseo de protegerla de todo, y eso era exactamente lo que quería hacer, al menos hasta que llegaran al bosque. Y es que Patricia parecía una chica indefensa a pesar de su edad. Que lo fuera o no, eso Sigurd no lo sabía, de momento lo que tenía como cierto era que estaba ante una chica que por la noche gemía de miedo teniendo pesadillas y le llamaba. Así que Sigurd se acostumbró a dormir casi pegado a ella, cogiendo su mano para que al menos supiera que estaba cerca.






El croar de las ranas podía oírse perfectamente en las pantanosas tierras de la bruma perpetua, donde casi siempre hay un color gris en el aire, de manera casi antinatural. La niebla es tan espesa que cuesta siquiera ver lo que hay a dos pasos de ti. Los juncos son frecuentes, pero su siniestro aspecto delata la escasez de nutrientes en los alrededores, a excepción, quizá, de los cadáveres de los peces que de un tiempo a esta parte se han ido acumulando en las orillas. El hedor es nauseabundo, el aroma de la putrefacción se une al de la tierra removida y húmeda. Aquí la vida es caprichosa, carroñera, y está llena de anomalías. Sin embargo, entre todo este mortecino y desolador paisaje hay una casa en pleno centro. Es una casa de madera con techumbre de paja, una enorme cabaña con despensa, en la cual hay un viejo altar de madera y tallas de deidades desconocidas. La puerta de la cabaña se abrió despacio sin presión alguna mientras la Mariposa entraba en ella, casi flotando. En sus manos tiene un sapo aún vivo. Bajó a la despensa y allí, cogiendo un cuchillo ritual, pronunció palabras en una lengua desconocida para la mayoría de la humanidad. Al hacerlo, con cada sílaba, su cuerpo vibró y sus ojos perdían la visión mientras su alma se intentaba escapar por todos los poros de su cuerpo. Las palabras eran cada vez mas difíciles, pero tras casi quedarse sin respiración, el conjuro salió bien. Los ojos de uno de los ídolos de piedra se iluminaron, momento en el cual la Mariposa sacrificó a la rana. El ídolo flotó hasta el altar.
- Una vida por una pregunta- preguntó el ídolo a través de su mente, con una voz profunda y grave
- Dime como vencer al Lobo, espíritu de sabiduría- el ídolo guardó silencio durante unos segundos.
- El Lobo puede ser vencido solamente si es en espacio cerrado. De lo contrario, dará igual lo que le hagas.
- Pero ¿por qué?- insistió la Mariposa- ¿Acaso algo le ata a este mundo a tal punto que no puede ser destruido?
- Has gastado tu pregunta. No hay mas vidas que puedas ofrecernos
El ídolo regresó a su lugar. La Mariposa renunció a realizar otro ritual para obtener conocimiento, pues se encontraba profundamente agotada y perturbada. Temía que si volvía a hacer algo como lo que acababa de hacer, su alma saliera de su cuerpo y fuera tragada por los espíritus encerrada en las figuras que adornaban la despensa. Pero al información le parecía insuficiente. Maldijo la situación y salió, enfurecida y decepcionada, de la cabaña. Ansiaba matar al Lobo. Fénix era su amiga, la única chica con la que había podido mostrarse abiertamente sin que la criticasen por ello. Lo que en un principio era simplemente una atracción tornó en historias que hacían que la Mariposa se pusiera a llorar, historias de noches enteras en las que no era importante ver, sino sentir. En las que el corazón no podía dejar de latir a un ritmo mayor del habitual y en las que el aroma era de perpetuo deseo. Y ahora el Lobo había destruido todo eso. El verdugo había aniquilado a su compañera, la flor mas bella de un jardín en el que no crecía vida. La rabia se apoderó de ella mientras emprendía la marcha, queriendo dejarse llevar por el viento al lugar en la que su ominosa presencia fuera evidente. Cerró los ojos nuevamente y dejó fluir su cuerpo por las corrientes emergentes, haciendo que el viento la llevase hasta su encuentro con el Lobo

Había caído una oscuridad casi total. Patricia estaba completamente dormida, quizá soñando con algo bueno, para variar. En cambio, Sigurd se acababa de despertar, sobresaltado por la corriente que estaba entrando. Una energía violenta se había adueñado del ambiente, algo que en sus sueños a Sigurd le había recordado a un morado con brillos chisporroteantes de rojo, odio en estado puro. Intentando no despertar a Patricia, salió al exterior. En efecto el viento estaba soplando fuertemente, arrastrando la arena, como siempre, pero había algo extraño. Una espesa niebla se había instalado en el exterior, dificultando mas si cabe la visión en aquel páramo desértico. Y además hacía frío, mucho frío. Tenía que haber algo, no era normal que una presencia le inquietara de esa manera. Tampoco sabía del todo si era una amenaza para él o para Patricia, pero por si acaso fuera la segunda opción, se concentró algo mas y miró a su alrededor. Tras un rato observando, por fin pudo distinguir algo que le alarmó. De entre la arena, como formándose en plena niebla, una figura en la oscuridad se estaba materializando, como si estuviera formada por la mismísima niebla. Una mujer llena de odio estaba ante sus ojos, cargando una ira que le era conocida, pues había sentido algo parecido años atrás. Y sin embargo, por un momento, la figura se sorprendió. Tenía que haber un error.
- No puede ser- dijo la Mariposa, incrédula- Tu no tendrías que estar aquí. Tu eres un recuerdo del pasado. Hace siglos que no te veo
- Ana...- dijo sorprendido Sigurd mientras avanzaba con paso lento- Yo también creía que no volvería a verte
- No des un solo paso mas- amenazó temblorosa. Rió nerviosa mientras un lágrima se caía por su mejilla- Tu.. tu eres el Lobo, ¿verdad?
- Si, soy yo. ¿Por qué? ¿Por qué noto tu odio a través de tu desconcierto?
- Porque me has arrebatado lo que yo mas quería, Sigurd- dijo sin poder contener mas las lágrimas y la rabia- Tu, de entre todos los seres de este planeta, de todo el maldito bosque, tenías que arrebatarme a la persona que yo mas quería.
- ¿A quién? He matado a varias personas, no se a quien te refieres- sus palabras apenas podían contener el pesar ni la culpa
- Al Fénix. Mataste al Fénix. Yo la amaba, Sigurd. Yo la amaba por encima de todas las cosas. Si ella me hubiera pedido que te buscase y te matase, no hubiera dudado.
- No quería matarla, Ana, yo sol...
- ¡No me llames Ana!- gritó- Para ti soy la Mariposa. Tu Ana no va a volver nunca.
El cuerpo de Sigurd empezaba a vibrar mientras su visión se empezaba a oscurecer. Algo tiraba de su alma mientras escuchaba oscuras palabras en un idioma ya olvidado y hacía que le doliesen todos los nervios del cuerpo. Se hizo una bola en el suelo presa de un dolor que no pudo comprender.
- Te voy a hacer partícipe del dolor que ella sintió- dijo mientras su voz se tornaba en un coro de ultratumba y su melodía entonaba una perversa canción que Sigurd no podía entender. Tenía que parar todo aquello.
- Kom Austre- empezó a entonar casi gritando de dolor- Kom gryande dag
- Cállate- gritaron las voces
- kom fedre og mødre av Høgtimbra ætter Kom hanar i heimar tri- a su grito de dolor acudieron las nubes, con el cántico sagrado que estaba recitando- Kom allfader Odin Kom moder min Frigg Kom vise vanar Kom utgamle thursar- Ana miró al cielo y comprobó como, sin saber por qué, la niebla se estaba dispersando. La semilla del temor estaba instalándose en su cabeza- Om frøa er ber syng den song som i fordums liv avla Ask standande heitir Yggdrasil Tronar eviggrøn yvir Urdarbrønn- con estas últimas palabras, un rayo cayó sobre él.
El rayo permanecía, elevando el cuerpo mientras un grito de poder que desgarraba el espíritu de todo lo vivo quemaba el valor de Ana, quien se echó para atrás y cayó en la arena, con terror al ver como el cuerpo de Sigurd se había vuelto inmune a su poder. Ahora era un monstruo imparable, una furia de la naturaleza, impasible y poderoso. Y su expresión era de absoluta fortaleza, indestructible.
- Te daré una oportunidad, Ana- dijo Sigurd revigorizado por el rayo- Solo una. Abandona este lugar y olvida tu odio.
Ana comprendió las palabras del ídolo. Era imposible matarle ahí. Sus poderes para con el rayo eran extraordinarios. No podía vencer. No le quedaba mas remedio que huir, pero la niebla se había disipado y no podía meterse en ella. Así que simplemente se levantó y corrió.
- Lobo- dijo una voz detrás de él
- ¿Qué pasa, Patricia?- dijo preocupado
- Miedo. Tu... te dole
- Me ha dolido una cosa, si. Se dice "te duele"- dijo mientras la daba un abrazo.
- Ahora tu est... estas bien- dijo abrazada a él y cerrando los ojos
- Si, mi pequeña. Ya estoy bien y no nos van a hacer daño nadie. Vamos a dormir.


2x1 oferta en bebidas hasta las 21:00 en el pub Talismán. Era todo lo que necesitaba Sigurd para ir todas las las tarde-noches de los viernes desde que tenía 16 años. Las borracheras eran algo de elogio. Y quería compartir esa felicidad. Le había prometido a Ana que visitarían el pub, y hoy, tras un mes juntos, iba a cumplir esa promesa. Cosas que tiene la vida, le encantaba ser detallista con ella. Se sentía mucho mejor desde que estaban juntos. Ana le había demostrado lo que era una pareja sana. Cada beso, cada abrazo, se le hacía un mundo de sensaciones y de felicidad. Eran felices. Allí, en un bar que parecía mas bien una mazmorra, Sigurd pedía canciones en la barra y se las cantaba a Ana, que maravillada le miraba con deseo de mimarle. Aprendieron juntos lo que era el esoterísmo, descubrieron su fe en los dioses de Asgard, se prometieron el Valhalla multitud de veces y Sigurd no paraba de volar. El Talismán se convirtió en el refugio de ambos. Era su bar, su rincón, su lugar de reunión, donde las alegrías y las penas se juntaban. Allí sus fantasías se desarrollaban.



Ana lloró. Hacía muchos años que se habían roto sus lazos con Sigurd, y había vivido muchas cosas. Pero los posos de aquel tiempo parecían haberse hecho eco ahora. No lo entendía. Se supone que le odiaba. Se habían hecho daño mutuamente, o eso se decía. ¿Por qué entonces no podía evitar acordarse de aquellas cosas? Mientras la noche la envolvía, mientras la única luz que podía ofrecer la luna en cuarto menguante era débil, las ascuas de un recuerdo tan amargo iluminaban su camino. Se estaba haciendo un lío. Había matado al Fénix, pero no podía matarle. Y estaba seguro de que quería. Se arrodilló y golpeó el suelo con un puño, rabiosa como estaba. Era demasiado, no estaba preparada. Por si fuera poco, estaba convencida de que hubiera tenido ocasión de matarla, pero que le había dado un ultimatum. Todo era un remolino en su cabeza. A lo tonto, solo de pensarlo, le acabó alcanzando el sol en el horizonte. Eso le traía mas recuerdos todavía. Recuerdos de un cuerpo en su cama en aquel pueblo. Se tumbó y trató de dormir para evitar pensar.





- La pobre Mariposa está sufriendo- dijo el Jabalí- No se que hacer por ella, Cuervo.
- No puedes hacer nada, amor- le susurró- Hay cosas que no se pueden evitar por mucho que queramos
- Los recuerdos van a masacrarla. No puedo dejarla así
- Deja que sea ella la que se encuentre con el destino. No te conviertas en su verdugo.
- En su verdugo- dijo a punto de echarse a reir nerviosamente- En su verdugo dices. Si soy su salvador. El verdugo es otro. Y ese otro pronto vendrá. Y estaré preparado. Te lo prometo, amor mio. Estaré preparado para que venga a conocer su destino
La cueva se llenó de las risas nerviosas de un cuerpo decrépito con una vitalidad antinatural

martes, 18 de febrero de 2020

Fuego en la piel

La mañana había dotado de colores y de sensaciones al lugar mágico y primaveral conocido como el Bosque. Verdes que iban desde los mas claros a los mas intensos, los vivos colores de las flores, los marrones de la madera y de la tierra y la cristalina transparencia del agua pura. Cada soplo de aire contenía cientos de aromas, miles, provenientes de la flora mas diversa que un bosque de tales características podía ofrecer, propio de los bosques de lo que antaño era Europa. O así lo hubiera descrito un inexperto, ya que en realidad en aquellos parajes había cabida para todos los ecosistemas forestales posibles. Desde las selvas del sur, con algunas excepciones de plantas, hasta los bosques mediterráneos, pasando por supuesto por una amplia gama de árboles que en teoría, por razones puramente geográficas no podían coexistir. La fauna, aunque diversa, si que podía considerarse europea. Abundaban los cérvidos y las cabras, así como jabalíes y muchos tipos de insectos, arañas y pequeños depredadores. Los mayores superpredadores eran lobos y osos, así como también algunas aves rapaces de gran tamaño. La vida acudía a la llamada del ciclo del día y de la noche, alternando los papeles para determinados animales. Todo en conjunto, era un paisaje casi paradisíaco.

El sonido de los pájaros en medio del silencio fue interrumpido por la explosión de un cuerpo al llegar al agua desde lo alto. Un cuerpo musculado, poderoso y con tatuajes pictos emergió a los pocos segundos echándose el pelo que le cubría la espalda hacia atrás y profiriendo un poderoso grito tras el cuál se escuchó el ruido de una risa de mujer joven. En efecto, el hombre miró a su derecha y ahí estaba, vestida con la mayor elegancia que le permitían sus habilidades como tejedora,con un vestido de fina seda roja, el Cisne. Y se estaba partiendo de la risa.
- ¿Qué te hace tanta gracia?- le dijo el hombre
- No lo se- dijo mientras volvía a reírse- Creo que oírte gritar como si te hubieran apuñalado
- He gritado porque el agua está buenísima hoy. Te recomiendo pegarte un buen chapuzón.- dijo avanzando lentamente por el agua hasta llegar a la orilla- Te refrescará las ideas- El Cisne elevó la mirada sin mover la cabeza e hizo un gesto con las manos como de querer comprender esa obsesión.
- Estas obsesionado con lo tuyo, de verdad. Yo ahí no me meto porque se que está fría. Que para algo se cosas de agua.- La sonrisa no se le iba, como hecha a prueba de absolutamente todo.

El hombre se sumergió una vez mas en las frescas aguas del río, contuvo la respiración un rato y cerró los ojos. Quería sentir en todo su cuerpo esa fresca sensación, vivirla, sentirse uno con la naturaleza mas viva. Y tras unos instantes en los que sintió renovadas sus energías, emergió, poderoso como nunca. Se secó saltando en el lecho del rio y se vistió muy escuetamente. Solía vestir únicamente unos pantalones sujetos por una cuerda a modo de cinturón, de color marrón. Por lo demás, al menos visiblemente nada. Ningún calzado, ninguna camisa, nada.
- Necesitaba un baño como este- dijo sentándose junto al Cisne, quien aprovechó también para sentarse en el suelo.- Hace mucho que no tenemos noticias del Lobo. Incluso a pesar de que sabíamos que se iba lejos.
- Lo que me he perdido por miedo a querer conoceros- le contestó mirando al cielo- Y resulta que sois los diferentes, los que en realidad no rechazáis a la gente por sus apariencias.
- Si, está feo que lo diga especialmente yo, pero es que es como si hubiésemos intentado proteger durante todos estos años a la gente que menos querría saber de nosotros.- su expresión tornó seria hacia la parte mas espesa de la arboleda- Mas allá, en otras partes del bosque, los que quedamos vivimos en armonía, pero porque tengo la sensación de que todos se apartan a nuestro paso. Ni siquiera se acercan ya al Ciervo, y ya has visto como es. Prácticamente es nuestra cara mas amable.
- Es muy amable, a mí me recibió con una sonrisa cuando le dije lo de mis sueños, y ahora aquí me tenéis, que vivo con vosotros.
- Bueno, de nuestro grupo ya ves que somos peculiares. Pero bueno... antes éramos mas- dijo cambiando algo el tono de voz, se notaba cierta nostalgia en el aire
- ¿Llego a tiempo?- dijo una dulce voz de hombre, la mas dulce que oídos mortales pudieran oír en varón alguno, una voz amable y generosa, pero llena de sabiduría- La conversación parece de lo mas interesante.
A sus espaldas, a una distancia prudencial, se acercaba un hombre con camisa blanca y con pantalones verdes, quien al igual que el hombre moreno iba descalzo. Su cuerpo delgado denotaba una elegancia que muchos podrían confundir con fragilidad, pero nada mas lejos de la realidad. Su gracia, combinada con su virtud a la hora de moverse y de hablar, le convertían en toda una agradable sorpresa para todos los cercanos. Su piel era suave, pálida, con algunas zonas de rubor un poco mas acentuado. Sus largos y finos cabellos estaban recogidos en una coleta, formando una larga cola roja como el fuego. Sonreía con una sinceridad innegable, con un corazón a prueba de dolor.
- Creo que has llegado a la parte de la nostalgia, mi amor- le dijo el hombre moreno, quien le sacaba bastante cuerpo. Se sentó junto a él y ambos se miraron con una ternura que podría derretir el hielo de un glaciar- ¿Te apetece que hablemos de ello o pasamos del tema?
- Oso, cariño, sabes que es mejor que hablemos de las cosas que nos duelen para poder empezar a solucionarlas o para pasar página, lo que antes suceda- reveló mientras pasaba una mano por su mejilla y le daba un beso.- Además tengo noticias- dijo esta vez mirando al Cisne- Creo que el Lobo ha encontrado al Búho. Su dolorosa tarea de seguro que le traerá de nuevo a casa.
- Bien, por fin- dijo el Cisne sonriendo y visiblemente emocionada- Espero tener razón y poder reconocerle, como sea quien creo es para matarme.
- ¿Eh?- Se extrañó el Oso- ¿Es que crees que os conocíais?- preguntó con visible incredulidad
- Yo no me meto, ella va a seguir aquí con nosotros, pero...- afirmó a punto de reír el Ciervo- Es que le ha descrito a la perfección. Incluso con frases y expresiones. Yo creo que dice en eso toda la verdad
- Estoy segura de que si, que es él. Ay dios mio, y yo creyendo lo que me decían los otros.- El Ciervo estalló en risas
- Pero cariño, si esa gente tiene miedo a este peluche de aquí- dijo el Ciervo pasando la mano por el pecho al Oso- ¿Cómo va a ser cierto?
- Ciervo, a ver, que hay parte de verdad en ese temor- dijo el Oso prudentemente- Su sagrada tarea es la de perseguir a los renegados y la de acabar con quienes supongan una amenaza para el Bosque y para el Planeta.
- Si, bueno, pero los dioses son sabios, amor. Lobo no ha castigado a nadie injustamente, es su tarea pero no quiere hacerla. Odia tener que matar a nadie
- Esa actitud es muy de él, si.- añadió el Cisne- Estoy segura de que es él.
- Cuando vuelva podrás hablar con él, seguro que le eres una agradable sorpresa- le dijo el Ciervo- Como he dicho, ha encontrado al Buho. Los dioses me lo han revelado. Ahora solo queda ya esperar a su regreso. Mientras tanto, creo que ya por fin te podemos hablar de nuestros otros compañeros: el Buho, la Lechuza y el Cuervo.





La conciencia de los días había desaparecido, encerrada como estaba en aquellos sueños de los que no podía siquiera escapar. Las imágenes se sucedían, y las alucinaciones de las que era testigo empezaban a importarle ya poco. De los paisajes rocosos a exuberantes praderas de colores, pasando por mares y océanos, viajando por su mismo fondo, y otros tantos paisajes que quizá nunca podría ver, siquiera en su imaginación mas profunda. Había personas que sin embargo le eran familiares. Había una mujer con cabellos oscuros mirándola preocupada, y una chica de pelo plateado que se acercaba a ella llorando. Y luego había también un hombre corpulento de cabellos rizados, y parecía estar buscando su rastro, pero nunca la veía, y eso que estaba al lado. Quería gritar pero ningún sonido salía de su boca, Sus manos ni siquiera eran capaces de levantarse, todo su cuerpo parecía estar encerrado. Los minutos se hicieron días, y los días se hicieron meses.





Tras serenarse, y sintiendo de nuevo una extraña determinación, Sigurd se levantó y se concentró en su nuevo objetivo. No regresaría aún. Tenía que retomar la búsqueda. No sabía cómo, pero tenía la esperanza de que buscando algo parecido a las sensaciones que tenía con el Buho, podría encontrar algo que le llevase por ahí. Volvió a donde reposaba el cadaver del Buho y posó su mano sobre su frente. Aún, quizá por el poco tiempo transcurrido, había algunas energías de las que poder extraer algo. Sigurd cerró los ojos y respiró. Extrajo como pudo, la poca energía que tenía y las imágenes se formaron poco a poco en su cabeza. Había algunas imágenes de la Lechuza, momentos puntuales, algunos muy bellos y otros en los que se notaba el sufrimiento de ambos. Pero todas las imágenes tenían un punto en común, y es que tenían lugar en las tierras circundantes. Muchos de los lugares que vio ya estaban en su memoria de antes. El resto de cosas que pudo ver eran sensaciones. Algunas tenían colores variados. En concreto, la de color rojo carmesí le llamó la atención. Zelborg no solía enfadarse apenas, así que esa sensación podía o bien venir de él o ser ajena y estar cercana a él. Quizá por ser algo inusual, o quizá porque no le quedaba otra, decidió intentar seguir la pista de esa emoción. En un principio dudó, pero al ver que al salir del refugio la pista estaba aún fresca, lo suficiente si tenemos en cuenta el tiempo transcurrido, se reforzó su interés en seguirla. Definitivamente no era de Zelborg. Tenía dos opciones, que fuera un rastro cercano o que fuera muy intenso y perdurase fresco en el tiempo. Tras un par de días caminando, tratando de concentrarse en ello, dejó la concentración a un lado. En esa tierra mustia y desangelada, la putrefacción no era tan potente como lo era el odio. Se notaba si lo buscabas lo suficiente, aunque Sigurd, centrado como estaba en buscar a Zelborg, lo pasó por alto. Cosa que le dolió, porque tenía mucha confianza en sus sentidos, los naturales y los sobrenaturales, y esto era una rendija por la que se habían escapado determinados rastros.

Tras tanto tiempo hundido, cuando murió el Cuervo, todo el odio que Sigurd sentía había dejado de ser hacia los demás y se centraba en únicamente odiarse a sí mismo. Durante un tiempo que no logró medir, Sigurd estuvo preocupado únicamente por tratar de recomponerse del trauma emocional que supuso el perder a su amiga, a quien hubiera dado su vida en bandeja si se lo hubiese pedido. El dolor de saber que no pudo salvarla se le hizo insoportable. Por eso, y buscando en sus recuerdos, solo conoció a alguien que le odiase mas de lo que él se odiaba a sí mismo. Solo una hechicera, de entre todos en el Bosque, le odiaba mas de lo que él podía hacerlo, y por motivos distintos. El Halcón. Aquella chiquilla de cabellos rojos como las ascuas, apasionada en sus acciones, cual huracán de intensidad. Mirando al cielo, pensando en ella, Sigurd se estaba arrepintiendo de estar vivo, pero hay cosas por las que no se puede dar marcha atrás. Rogó en silencio que no fuera ella quien retenía a la hija de Zelborg y la Lechuza. Emprendió la marcha, queriendo que todo aquello acabase pronto. Porque desde luego por las buenas parecía que no iba a acabar. El Halcón era una chica temperamental, que vivía en el perpetuo deseo de ser una maestra en sus habilidades como piromante. Quería aprender tan rápido que exigía mas y mas a cada segundo. No podía detener su ritmo. Y peor aún, había sido su alumna. Si ahora ella era una hechicera poderosa era porque Sigurd, queriendo ayudar a alguien a realizar su sueño, había entrenado a una de las hechiceras mas obsesivas que habían pisado el bosque. Ya antes de su partida, había cambiado el color de las llamas de un naranja muy potente a el color amarillo. El Halcón podía, ya por esos años, arrasar un pueblo con poco esfuerzo.

Tras unos días, en los cuales los recuerdos sobre el Halcón estuvieron presentes, Sigurd encontró en la distancia un edificio pegado a la pared rocosa de una montaña. Su estructura, llena e acero, ya oxidado por el paso del viento, la arena y la erosión, producía llamativos ruidos metálicos al ser golpeados entre sí. Recordaba a la entrada a una mina, a los laterales había de hecho taquillas, algún despacho y herramientas con las que extraer minerales, además de algún candil, todos ellos ya inútiles. Los que no estaban rotos les faltaban piezas. Sin embargo, contra todo pronóstico, la instalación eléctrica si que funcionaba. Había varias luces encendidas en el interior, las cuales borraban todo rastro de oscuridad, a pesar de no ser ni por asomo todas las que el edificio tenía. la mina bajaba por un espacioso montacargas en el que fácilmente cabían por igual mineros y maquinaria. Sigurd apretó el boton de descenso y este se puso en marcha a la vez que sonaba una alarma para indicar el uso del montacargas. Si había alguien ahí, sin dudas sabría ya de la presencia que se avecinaba, y Sigurd estaba preparándose, concentrando sus fuerzas en lo que podría ser un ataque a primera vista. Pero al descender, al llegar al nivel inferior, no había nadie a primera vista. Podía, aun así, sentir que algo estaba cerca. Alguien poderoso, con una energía muy llamativa. Fue entonces cuando la megafonía se activó y una voz femenina se escuchó por el tunal. "Maestro, que grata visita" Ya no quedaban duda alguna, era el Halcón. El pasillo, que en un principio parecía oscuro, iba ganando en luz. Una luz rojiza a veces, y anaranjada otras, pero que sin duda alguna era debido a la combustión. El aroma a roca fundida era inconfundible ya desde la distancia, y el calor estaba elevándose. Al final del tunel, una sólida pasarela colgante se extendía en línea recta hasta otra estancia, mejor iluminada que el pasillo, y de la cual se veía venir a una mujer de aspecto juvenil, vestida con un jersey verde y pantalones vaqueros, además de unas botas de trabajo marrones. Empezó a caminar con paso despreocupado, fingiendo una sonrisa.
- Bienvenido a mi casa, Maestro- dijo la mujer- ¿A que debo tu grata visita?
- No he venido a pelear- dijo Sigurd de manera seria, con la esperanza de que todo pasara cuanto mas rápidamente posible mejor- Entrégame a la chica y me lo pienso, Halcón- Una sonora carcajada inundó el lugar.
- Claro, si. ¿Qué mas?- añadió mientras se limpiaba una lágrima presa de la risa- Ay Lobo. El Halcón ya no existe. Ahora soy el Fénix. Y tu no eres bienvenido aquí. Te diré lo que haremos. Yo te mato, y la chica se queda conmigo.
- Veo que no hay...- las palabras se cortaron. Fénix lanzó una ráfaga ígnea a Sigurd.
El color verdoso de las llamas hizo que Sigurd se alarmase bastante. No sabía hasta que punto las cosas podían ponerse feas, pero desde luego ese era un punto bastante alto. Por suerte para él, pudo hacer algo al respecto, y un grueso muro de hielo se había interpuesto entre ambos, el fuego y él. Pero ahora estaba empapado por las aguas en las que se había convertido el muro, y se notaba nervioso. No pudo reaccionar mucho, ya que debido al temor creciente, no pudo darse cuenta de que parte del puente se había derretido y estaba por precipitarse a la lava. Para cuando quiso darse cuenta de ello, empezó a caer

- Quiero seguir aprendiendo, Maestro- le decía el Halcón- Quiero ser igual que tu, ir a vivir aventuras, proteger a los demás, ser admirada y temida.
- Pero yo no soy así, pequeña- dijo con mirada perdida- Soy solo un soñador que ha perdido lo que mas quería y que a veces actúa por inercia
- Eres el mejor y yo quiero saberlo todo, estoy dispuesta a lo que haga falta con tal de ser la mejor piromante del mundo.
- Halcón- dijo mientras cogía sus manos- Eso es muy peligroso. ¿Tu sabes cuánto tienes que odiar para hacer eso?
- Me da igual cuanto. El que haga falta


De entre la lava, un islote de roca emergió, evitando que Sigurd cayera a una muerte segura. Pero se temía que ya no pudiera evitar de la manera anterior el fuego, así que decidió actuar. Apenas puso el Fénix un pie en el islote, Sigurd se agachó y tocó el suelo, moldeando una serie de afiladísimsa lanzas de piedra que surgieron del suelo tras ella y la ensartaron por diferentes partes del cuerpo. No pudo siquiera ahogar un grito, ya que las lanzas habían atravesado, entre otras partes de su cuerpo, su garganta. Pero Sigurd no puedo siquiera respirar tranquilo, pues al poco, una explosión de llamas azules incineró el cuerpo inerte del Fénix, reduciéndolo a cenizas. Horrorizado, Sigurd pudo contemplar como las cenizas del suelo se unían y formaban nuevamente un cuerpo, uniendo tanto las cenizas como los restos de sangre que estaban en la roca.

- Muy ingenioso, Lobo- le dijo una vez recompuesta- Pero verás, mi nuevo maestro me ha enseñado un par de trucos
- Te he ensartado en puntos vitales- dijo incrédulo Sigurd- No deberías poder ni pensar en usar hechizos solo de la agonía
- Pero es que esa es mi mayor virtud- empezó a reir, en actitud condescendiente- Ademas has visto ya el color que alcanzan mis llamas. No puedes odiar a nadie mas de lo que yo os odio a los idiotas de ese bosque, y en especial a ti.
- Tu actitud es la de una niña pequeña
- Cállate. Tú eres el niño pequeño- dijo gritando a pleno pulmón- Siempre lloriqueando con que echabas de menos a una chica que ya estaba en los brazos de otro, como si de un adolescente se tratara. Y mientras yo te admiraba, joder. Yo quería ser como tu. Y por supuesto estaba equivocada.
- Nunca me escuchabas, ¿verdad? Estabas demasiado ocupada con tu ambición para entender absolutamente nada.
- Eres tu quien no me escuchaba nunca ni me quería escuchar. Se acabó.

Las llamas azules envolvieron a Sigurd en el momento en el que Fénix extendió su mano en dirección a este. Eran su mayor obra, su logro, su cúspide. Nada escapaba de ellas, y no había logrado que nada estuviera mas caliente que esas llamas. Su nuevo maestro le había enseñado el secreto de su nombre. Solo moriría por el fuego, pero nada podía quemar su carne que no fuera su propio fuego, lo que la convertía en alguien imperecedera. Siempre ardía. Siempre salía de entre las llamas renacida, eterna, bella y poderosa.

- No volveré a verte ni a ti ni a tu estúpida pandilla de niñatos llorones en un bosque que sería mejor reducir a cenizas- gritó mientras le daba la espalda a Sigurd
- Halcón, basta- gritó enfurecido por primera vez en muchos años Sigurd- He escuchado por demasiado tiempo tus llantos de niñata, he tenido suficiente. Ahora te vas a callar y vas a volver o puede que te arrepientas de lo que has dicho
- Eres incapaz de levantarte y reaccionar aunque te fueran los huevos en ell...- el bofetón se escuchó en todo el bosque. Se hizo primero un silencio y luego un llanto- Maestro...
- Si no eres capaz de moderarte y entender las cosas que te digo, no soy tu maestro, soy un fracaso como tal. Tenía que haber tenido mas disciplina y mano dura contigo y te he consentido todos tus arrebatos. Ahora vete. Me da igual lo que hagas, yo he tenido suficiente.
Entre lágrimas y dolor, sintiendo un odio tan intenso que no podía describir, el Halcón corrió como alma que lleva el diablo hasta el límite del bosque, y posiblemente mas allá


- Hasta nunca, Maestro- dijo aliviada Fénix mientras se daba la vuelta- Hoy termina lo que hace tiempo empezamos.
- Oh, si- dijo una voz tras de sí- Claro que termina hoy. Lo que pasa es que a lo mejor no como te crees.

Horrorizada, Fénix se dió la vuelta para ver, mientras un escalofrío le recorría la espina dorsal y se ponía a temblar, el color blanco de las llamas que estaban envolviendo a Sigurd.
- Vamos a jugar a la lógica elemental.- dijo Sigurd visiblemente enfadado- Si sólo puede arder aquello que está a menor temperatura que las llamas, eso quiere decir que, por lógica, tus llamas azules no me pueden quemar.
- No puede ser verdad.- dijo con voz entrecortada- Solo puedes hacer eso si odias, y yo no te he visto odiar a nadie. No odiabas a nadie.
- ¿De verdad te lo crees? Todos los putos días de mi existencia en el bosque odiaba. Al principio a mí, y luego, con el tiempo, aprendí a odiar al Jabalí. Tanto tiempo le he odiado a pesar de su ausencia que roza la locura. Tu no has perdido a nadie creyendo que era tu culpa, Halcón. Yo perdí a la persona que mas me importaba. La lección ha terminado

Los gritos de agonía del Fénix resonaron por toda la estancia. Unas llamas mas calientes de lo que era capaz de soportar se habían apoderado de su cuerpo y quemaban más rápido de lo que era capaz de soportar. Sigurd trató de no dudar mientras escuchaba los pavorosos gritos que profería, pero no tenía otra opción. Tenía que seguir odiando, alimentando las llamas. Si no lo hacía, no podría buscar a la hija del Buho. Era lo mas importante, ya tendría tiempo de plantearse la moralidad de lo que estaba haciendo o no. Finalmente solo quedaron cenizas, las cuales no pudieron recomponerse. Tras unos segundos tomando aliento, se dirigió por fin a la habitación al otro lado del puente.

El lugar era fascinante. Un enorme laboratorio dotado de la mejor tecnología que había visto alguna vez. Enormes tanques probeta con especímenes escalofriantes, deformados e inertes, algunos remotamente humanos, ocupaban gran parte del espacio, junto a una mesa de mezclas enorme y varios compuestos. Había un libro y una serie de jeringuillas con una sustancia morada la cual decidió guardar, junto al libro, para llevársela al Ciervo. Seguro que él sabría lo que tenían. Tras ello alzó la vista y encontró en un tanque, a una chica con largos cabellos morados y piel morena. Flotaba, viva pero en un estado de éxtasis, en el interior de un tanque. Sigurd ni se lo pensó. Agarró un enorme martillo que había cerca y de un poderoso golpe, el cristal se hizo añicos y el cuerpo de la chica se precipitó al suelo. Sigurd se acercó lo mas rápido que pudo a recogerla. Tosía desesperadamente y miraba al vació, alucinada aún.
- Ya está, ya está- dijo tratando de cogerla en sus brazos- Tranquila
- Tr... tranq...- balbuceó.
- Ssshhhhhh- hizo poniendo un dedo en sus labios y rebajando su tono de voz- Estas a salvo, te sacaré de aquí- La chica miraba perdida a todas partes, sin saber nada de lo que estaba pasando, asustada.
- Mama... - dijo mientras buscaba por todas partes a su madre- Papa... PAPAAAAAAAAAAAAAAAA- gritó a viva voz mientras trataba de huir de los brazos de Sigurd
- No, no, no, tranquila, estoy aquí para llevarte con mama- trató de convencerla Sigurd.
No podía ni caminar. Gateó como pudo por todas partes, buscando por el laboratorio a sus padres, pero era obvio que no iba a encontrarlos. Sigurd no contaba con esto. ¿Era posible que de verdad la chica no supiera absolutamente nada de nada o era el efecto de las drogas? Fuera como fuera, Sigurd sabía que tenía que hacer algo, pero es que no estaba acostumbrado a tratar con bebes.
- Pst- dijo tratando de llamar su atención. Se puso un dedo en el pecho, señalándose- Lobo- Entonces la señaló a ella. Pero ella estaba desconcertada, porque no sabía su nombre siquiera, así que hizo un gesto de negación. Sigurd se maldijo. Ni nombre tenía. Bueno, sea, se dijo a sí mismo, y reuniendo el valor, lo dijo- Patricia.
- Patricia- dijo señalándose a si misma. Se puso a sonreír- Patricia.
Se olvidó de todo lo demás, tenía que encontrarla ropa y saldrían de allí lo antes posible. Por fortuna, en el laboratorio había, vete a saber bajo que circunstancias, prendas de todo tipo. Como bien pudo, Sigurd le puso las ropas y el calzado a Patricia. Se decantó por algo práctico, unos pantalones de camuflaje, una camiseta blanca y unas botas de senderismo. Lo iba a necesitar, el camino era largo. Entonces cogió a Patricia por la mano y la trató de enseñar a andar. Al principio le costaba mucho, no tenía apenas sincronía, pero tras unos pasos cogió soltura y empezó a andar con naturalidad mientras sonreía a cada pequeño logro que le permitían sus pasos. Algo paternal se encendió en el corazón de Sigurd al ver como la pequeña estaba dando sus primeros pasos, aquello era algo nuevo para ambos.





- ¿Qué ha sido de los otros que no están aquí?- preguntó el Cisne- ¿Se fueron a vivir fuera?
- Solo el Buho y la Lechuza- reveló el Oso- Necesitaban salir de aquí. No les culpamos de ello.
- ¿Y que pasó con el Cuervo? Creo que estáis retrasando el contármelo.
- Ay, Cisne- suspiró el Ciervo- Es que ese es un momento doloroso y el que peor lo pasó es el Lobo. Fue testigo de la mas triste escena que imaginarse ojos puedan.
- No quiero que reviváis momentos dolorosos, si no queréis no pasa nada, no preguntaré mas- pidió alarmada el Cisne
- Tenemos que afrontarlo igualmente. Todos. Lobo encontró los restos negruzcos de esta a los pies del Jabalí. No sabemos con exactitud lo que sucedió pero la realidad era esa, que sus restos, que se desvanecían con el viento, solo pudo verlos durante unos breves segundos el Lobo. Creemos que fue la ira desmedida de este la que hizo que el Jabalí cayese, fulminado por un rayo incesante. Cuando lo vimos, tras reagruparnos, intentamos rodearle en nuestros brazos, pero el golpe final ya había sido realizado, nada podía consolarle.
- Él la amaba, ¿verdad?- dijo con lágrimas en los ojos el Cisne
- Era un amor no correspondido, pero seguían siendo muy buenos amigos.
- Si él la amaba ella tenía que ser un cielo de persona. No me imagino que no lo fuera.
- Todos en este claro la queríamos mucho.- señaló el Oso- Era otra de entre los olvidados. Estoy seguro de que hubierais sido grandes amigas.
- Si era su amiga, conociéndole, seguro que si.
Se tumbó el Cisne y miró al cielo, reuniendo en su cabeza los recuerdos de otro tiempo en los que su amigo, de quien sospechaba ya con toda seguridad que fuera el lobo, caminaba con ella por las calles oscuras de perdidas ciudades, con la poca luz que proporcionaban las estrellas y la luna, y esos ratos en los que se daban consejo y tomaban juntos ron. Y con esos recuerdos en la cabeza, empezó a cantar, con la esperanza de que su amigo y el Cuervo pudieran escucharlo. A su alrededor, una espesa niebla empezó a formarse, y una sensación de confort rodeó a los tres hechiceros presentes.

"I hurt myself today
To see if I still feel
I focus on the pain
The only thing that's real
The needle tears a hole
The old familiar sting
Try to kill it all away
But I remember everything
What have I become
My sweetest friend
Everyone I know
Goes away in the end
And you could have it all
My empire of dirt
I will let you down
I will make you hurt
I wear this crown of shit
Upon my liars chair
Full of broken thoughts
I cannot repair
Beneath the stains of time
The feelings disappear
You are someone else
I am still right here
What have I become
My sweetest friend
Everyone I know
Goes away in the end
And you could have it all
My empire of dirt
I will let you down
I will make you hurt
If I could start again
A million miles away
I will keep myself
I would find a way"

lunes, 10 de febrero de 2020

Las alas del Buho

Las dunas dejaron de extenderse hasta dar paso a una serie de formaciones rocosas rojizas, dando algo de distinción a un paisaje anteriormente amarillento. Si bien es cierto que se había topado con alguna pared de roca en el desierto entre la cual refugiarse al anochecer, ahora no eran una excepción sino que predominaban un paisaje singular. Y sin embargo, las nubes habían crecido y se habían juntado de tal manera que no había un solo rayo de luz solar que pudiera penetrar con fuerza, proporcionando un aspecto bastante desolador a pesar de la variedad cromática. El viento, que soplaba con fuerza, arrastraba ahora ya poca arena en comparación con los días anteriores, sugiriendo el final de las dunas. Esto alivió en parte a Sigurd, quien sabía que eso era el paso final para encontrar al Buho, su antiguo amigo y compañero de andanzas. Se detuvo y cerró los ojos, posando su mano derecha en la tierra, agachado. Respiró profundamente, absorbiendo cuanto aire le permitieran sus pulmones. Al principio sintió una hermosa sensación de alivio, pues en efecto, las energías de su amigo estaban en algún lugar de ese erial rocoso sin fin. Pero tras esa sensación, los colores se apagaban, revelando una sensación de color gris que iba oscureciéndose mas y mas. Solo había vivido ese aura una vez, y fue hace muchísimo tiempo. Y el caso es que sabía que era imposible, pero se inquietó. El Jabalí estaba muerto. No podía ser él. "Maté a ese hijo de puta", se dijo para sus adentros, "es imposible que sea él". Trató de apartar este pensamiento. Tardó un par de minutos en recomponerse, porque por mucho que lo intentaba, eso le inquietaba. Pero no podía ser una ilusión, ni algo irreal. De hecho es de las cosas que mas lúcidas tenía en sus recuerdos, el momento en el que le arrancó el corazón y lo devoró, entre sollozos y rabia.

Pero si seguía así, no llegaría nunca, así que apretó el paso como pudo, tratando de saltar entre las rocas. Era casi como un juego, uno en el que si caías en la arena podías perder. Contra nadie, claro, pero el camino se le estaba haciendo ya tan largo que quizá pensar en jugar mientras lo hacía podía distraerle un poco. Sacar algo de humor en situaciones adversas era lo que había hecho que Sigurd estuviera aún vivo, una mente sin nada que ocupar se devora a sí misma. Y cuando el tiempo no pasa para uno, peor aún. Un salto, luego otro, con cuidado que esta vez la roca estaba un poco resbaladiza, otro, y así iba pasando el tiempo. Se lamentó de no tener encima ni una lata de bebidas energéticas. Había pasado hacía unos días por la única ciudad a la redonda y no se le había ocurrido. Pensó en que ya iba siendo hora de aprovisionarse de alguna cosa que echara de menos si es que se topaba con ciudades porque de lo contrario a su llegada al Bosque no tendría otra cosa que lo que este proporcionase, y se había dado cuenta de lo mucho que echaba algunas cosas. El chocolate, el café y las bebidas energéticas sin duda eran de lo que mas echaba de menos. Porque ciertamente en el bosque había muchos recursos naturales, así como la posibilidad de plantar determinadas vides y semillas. Pero justo las del cacao y los granos de café eran de las que no había. Pensó en esto mientras seguía dando saltos, uno por aquí y otro por allá, procurando seguir el rastro de energía. Estaba algo lejos aún, pero al menos podría distraerse un poco. A lo tonto, y teniendo cuidado, se le hizo casi de noche cuando divisó, en la distancia, una pequeña plataforma de acero oxidado. Una escalera desgastada llevaba hasta lo que parecía ser una plataforma de ascensor, o eso al menos es lo que distinguió. Parecía estar lo suficientemente aislada del viento como para que este no pasara por ella y también para ahuyentar la arena que de otro modo podría haberla dañado mas o podía haberla enterrado.

Al llegar, lo primero en lo que pensó es en si habría alguna medida de seguridad que le impidiese bajar, pero lo descartó rápido, al fin y al cabo en la guarida de un hechicero, si eran como ellos, no era necesaria mas seguridad que la que podía proporcionar un hechicero. Su poder estaba, al fin y al cabo, limitado por su imaginación, su fe, y su voluntad. Si por casualidad no sabías lo que hacer con una llama, lo mas posible es que la llama solo siguiera ahí, en el aire. Si no tenías fe, directamente es posible que los dioses ni siquiera te hubieran dotado de control sobre los elementos, y por supuesto la voluntad era decisiva. Sin voluntad, como todas las cosas que requieren un cambio, no había posibilidad de este. O lo que es lo mismo, al realizar un hechizo se realiza un acto consciente en el que asumes una serie de consecuencias. Si por algún casual no eres capaz de asumirlo, si no te lo tomas en serio, dará igual toda la fe que deposites en los dioses. Pero una vez cumples los requisitos, una vez has conseguido tu primer rayo, o tu primera lluvia, o lo que quiera que sea que domines, el límite era solamente eso, la imaginación. Un hechicero con imaginación bien podría mover una corriente de agua en formas inesperadas o moldear la tierra de formas determinadas, lo cual convertía a cada hechicero experimentado en auténticas fuerzas de la naturaleza. Y esto lo sabían todos ellos. Necesitaban un enemigo natural, algo que les detuviera.

La plataforma, aunque era algo vieja, tenía aún circuitos e incluso un panel. Dicho panel tenía varios botones, de los cuales presumió que había que sacar un código, pero ni sabía cual era ni tenía la paciencia necesaria para intentar descifrarlo, así que se limitó a cerrar los ojos, concentrarse un poco y notar esos picores en su brazo izquierdo. Se le erizaron todos los pelos del brazo mientras una descarga eléctrica salía de su mano y se hacía uno con la máquina. Enseguida pudo ver como la plataforma descendía. Comprendió entonces que debía ser algún montacargas que le llevaría bajo tierra. En un principio las luces en medio del trayecto funcionaban, pero tras un rato, muchas de ellas sencillamente ni estaban, y las otras no funcionaban. Así que, tal y como le enseño el Buho, probó a trabajar ese odio guardado por años. Su circulación se aceleró al ritmo cada vez mayor de su corazón, y de la palma de su mano brotó un a llama suficientemente grande como para poder iluminar todo a su alrededor. No era del todo agradable, el calor se le estaba haciendo un poco insoportable. Pero no sabía iluminar de otras formas, y estaba seguro de que por allí no habría muchas luces tampoco. La instalación, hace tiempo abandonada, tenía mas bien aspecto de instalación secreta subterránea, con un largo pasillo rectangular recubierto de metal y con dos pequeños postes al final del camino con los que señalar el final de este para los vehículos de transporte, además de una puerta con un cristal. La verdad es que, haciendo incapié en lo anteriormente mencionado, Sigurd estaba seguro de que en efecto, las medidas de seguridad anteriores a la llegada del Buho seguramente hubieran sido mayores, pero ahora aquello parecía mas bien un cementerio mas. Sobre todo teniendo en cuenta que al abrir esa puerta, el escenario era de total abandono. Montones de herramientas y tecnología ahora perdida estaban sobre hileras de mesas de trabajo de acero, pensadas para resistir, sin duda, cortes y golpes de cualquier clase. A las herramientas mas arcaicas, como martillos y sierras, había que sumar equipos quirúrgicos y lámparas. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Sigurd mientras este se imaginaba a los pobres diablos que seguramente fueran presa de las brutales garras de los tecnomantes. Locos de la tecnología, a caballo entre una secta practicante de poderosa magia oscura e ingenieros de la biotecnología avanzada, los tecnomantes eran, despues de los renegados, lo que mas preocupaba a Sigurd. Porque al contrario de lo que los renegados hacían, que era evidente, pues eran antiguos miembros de las hermandades del bosque, los tecnomantes no habían necesitado de los dioses para sus propósitos. Habían sobrevivido, habían prosperado y conocían secretos ya olvidados por la humanidad. Secretos que sin duda habían sido peligrosos, secretos que el día en que fueran revelados podrían tener la clave para el destino del propio planeta. Sigurd recorrió la enorme estancia, observando como sus pasos retumbaban, por poco ruido que hiciera, en aquel lugar de eterno silencio, imponente cual catastrófica catedral del un delirio megalomaníaco. Sin duda, si había alguien le habría escuchado.

En la distancia, una luz parecida a la llama que estaba usando se encendió. Provenía de una especie de despacho al que acceder tras unas escaleras. Apagó la llama, sintiendo alivio, ya que estaba sudando, y se acercó a la puerta del despacho. Golpeó la puerta suavemente con el puño derecho.

- Adelante, viejo amigo- dijo una voz desde dentro, una mezcla entre la voz que tanto extrañaba y otra, la de alguien muy cansado y débil

Abrió la puerta, y allí, al calor de una estufa, con las luces de las pocas bombillas que quizá no habían explotado, envuelto en una manta, se encontraba el Buho, con sus cabellos rizados hasta los hombros, sus gafas y su rostro afable sin afeitar. Sonreía cálidamente. Sigurd se apresuró a acercarse a él para abrazarle mientras los ojos se le cubrían de lágrimas, y el Buho se levantó como pudo para hacerlo también. Seguía siendo él, su amigo, con el cuerpo rollizo pero fuerte y su aspecto de niño grande.

- Buho, joder, cuanto tiempo- dijo mientras cerraba los ojos en un caluroso abrazo.
- Has venido en el momento adecuado- le respondió justo para terminar la frase y empezar a toser fuertemente. Sigurd trató de recuperar la compostura e intentó sentirle, pero solo se horrorizó al sentir el morado tan oscuro que se estaba formando en su mente y como este se iba tornando a negro.
- ¿Cómo es esto posible?- dijo soltando su abrazo- Nunca te había notado tan débil, tan apagado
- Ah, si- dijo el Buho entre tos y tos- No te preocupes, hombre. Ya sabías a lo que venías en realidad cuando los dioses te dijeron que estaba aquí
- ¿Te lo contaron?- preguntó Sigurd, quien estaba confuso
- Claro que me lo contaron- le dijo tratando de tranquilizarle- Creo que no podían haber enviado a alguien mejor. Pero mira, mejor nos contamos las cosas con algo caliente de por medio, ¿no?- El buho miró a su alrededor buscando con la mirada algo con lo que poder ofrecer un refrigerio a su amigo- Creo que tengo chocolate. Y café. ¿Nos hacemos un mocca?
- Creo que nada me gustaría mas que eso- le confesó Sigurd, tratando de ocultar sus nervios.

El aroma del café y el chocolate hicieron que Sigurd recordara los primeros días en el bosque con el Buho. Su amigo, el único que tenía el valor de hablar con él.

- Te he visto hacerle ojitos a la Lechuza- afirmó Sigurd mientras le hincaba el diente a su pata de ciervo asada- ¿Cuándo le vas a decir algo?
- Es que ya se lo he dicho, granuja- le respondió el Buho, que estaba aún asando la suya.
- ¿Ah si?- preguntó masticando Sigurd- ¿Y que te ha dicho?
- Que poco a poco. Pero al mismo tiempo... no se, había una química muy curiosa.
- ¿Curiosa?- gritó tras casi atragantarse- Pero que os devoráis con la mirada cada vez que os miráis, no me jodas.
- Bueno, pero el Ciervo y el Oso también, no se que tiene de malo- Sigurd rió a mandíbula batiente- Pero bueno, ¿Qué te pica a ti?
- Son pareja, Buho. El Ciervo y el Oso son pareja- le dijo Sigurd, que había dejado de comer por la risa que le había entrado
- Aham- añadió el Buho confundido- Y dices que nos miramos igual.
- Joder, es que ella está ademas sonriendo como una boba, como tu cuando me hablas de ella. Vamos, es que eso de que vayáis despacio... no se, a lo mejor es que quiere que lo disfrutéis poco a poco, vete a saber.
- No lo se y no me importa. Yo estoy feliz.



El Mocca caía caliente, ya mezclado, en un par de tazas que en otra época bien pudieran haber pertenecido al encargado del lugar. La sensación del lugar, a pesar de los restos tecnológicos, era de confort.

- He visto a la Lechuza- dijo Sigurd mientras olía el delicioso aroma de su taza- Ha sido muy amable conmigo.
- No me atrevo siquiera a verla. Si la hubieras traído no se ni como hubiera podido reaccionar- dijo el Buho mirando a su taza.- Tengo tantas cosas por las que querría pedirla perdón...
- Pero yo creo que ella no te odia, Buho- le dijo tratando de mostrarle con la mirada las cosas que vió aquella noche- Me pidió que... bueno... digamos que no quiere verte sufrir mas.
- Ella nunca hubiera querido que yo sufriera por nada, y yo... digamos que yo la he hecho sufrir. Por todo. Quisimos salir del bosque porque teníamos que ver el mundo, porque ese lugar no podía ser siempre un refugio, vivimos en un planeta, maldita sea.- dijo todas esas palabras con tanto dolor que nada en el mundo le hubiera consolado y estalló en llanto- Y cuando por fin pudimos encontrar un sitio para nosotros tres, tuvo que aparecer otra puta vez ese cabrón nacido de la mas vil ramera de babilonia.
- Buho, no puede ser- dijo Sigurd tratando de no temblar
- ¿Qué de todo no puede ser?- le respondió el Buho- ¿Que no encuentro a nuestra hija? ¿Que he abandonado a mi mujer en una búsqueda interminable? ¿Que tengo cáncer y me quedan dos días? ¿Que el Jabalí está vivo?
- Está muerto- le respondió tajantemente Sigurd- Yo le maté. Me comí su puto corazón aún caliente.
- Me importa un comino, Lobo.- Dijo el Buho, que se había tratado de serenar solo para poder contarle aquellas cosas- Se que está vivo. La tierra apesta a su hedor tóxico. Las pocas plantas que hay se pudren y mueren, los animales a partir de aquí son caricaturas ominosas de lo que es un ser vivo... si es que alguna vez lo fueron... y su influencia es peligrosa. No te hagas el tonto, se que ahora mismo también lo sientes.
- Lo siento, pero no puedo creer que viva
- Tendrás que creerlo. Yo lo creo, tanto como que sus siervos son quienes tienen a mi hija. No se ni donde se encuentran, y a cada día que pasa estoy mas enfermo para reanudar su búsqueda.

Sigurd apuró lo que le quedaba, relamiendose mientras pensaba en el amargo momento que le iba a tocar vivir.

- Sabes que no quiero hacer lo que me han mandado, ¿verdad?- dijo Sigurd con amargura
- Pero tienes que hacerlo.- dijo el Buho, que había empezado a toser otra vez- Hazlo y termina con todo mi pesar de una vez
- Me has enseñado muchas cosas, amigo mio.
- Te quiero pedir solo una cosa antes de que me des el descanso
- Claro, pídeme.
- Busca a mi hija. Impide que ese hijo de puta la utilice para lo que mierdas sea que la quiera utilizar.
- La buscaré. Te lo prometo- dijo levantándose. El Buho cerró los ojos y sonrió.
- Ah, y Lobo, me llamo Zelborg. Para que me puedas recordar siempre.
- Yo me llamo Sigurd, hermano- dijo mientras se odiaba sí mismo, canalizando la mayor cantidad de energía que ese odio le proporcionaba. Tenía la esperanza de que al calentar en exceso el aire a su alrededor, la combustión fuera tan fuerte que la muerte fuera por choque térmico. Al dirigir el puño hacia el corazón de Zelborg, este murió casi al instante, atravesado por un brazo llameante que desintegró el area alrededor. El voluminoso cuerpo de Zelborg cayó por su propio peso al suelo.

Por primera vez en mucho tiempo, Sigurd lloró a lágrima viva, cayendo de rodillas y tratando de no sentirse tan culpable como se sentía, pero los hechos hablaban por sí solos. Los dioses le habían ordenado matar a su amigo, quien ademas estaba enfermo de cáncer porque una presencia sobrenatural envenenaba el aire. No podía evitar sentirse miserable como el que mas. Tardó un buen rato en siquiera poder incorporarse, pero el sentimiento de culpa que le invadía no se iba. Caminó a oscuras por los pasillos hasta llegar al ascensor y se sintió tan agotado mentalmente, tan hundido, que tuvo que pararse a dormir un rato.

La bruma, ya familiar, dio paso a un gran salón del trono, una estancia de gran altura, toda compuesta por madera tallada, con figuras de bestias y heroes luchando, y al fondo un gigantesco trono en el cual había un hombre de gran tamaño con cabellos y barba blancos, con el porte mas majestuoso posible y un aura mas allá de lo concebible por la humanidad. Su único ojo, cargado de sabiduría, se había posado en él. Vestía una gran túnica con un sombrero de ala ancha, y se apoyaba, cual si fuera un cetro, en una lanza. A su lado, dos colosales figuras también se habían fijado en él. A la izquierda estaba un hombre de largos cabellos rubios, con una larguísima barba trenzada, vistiendo una armadura de cota de malla y pantalones verdes con botas de negro cuero. Carecía de mano derecha. Y a la diestra de la primera figura, estaba Thor, con sus rojos cabellos y barba, portando sus guanteletes, su martillo y su cinturón de fuerza, vistiendo su camisa roja y sus blancos pantalones.

- Acércate, Mjolnir- le dijo la figura central, con una voz tan poderosa que se metió en su mismísimo interior, retumbando incluso en sus pensamientos mas ocultos. Sigurd no lo dudó un solo instante- Hoy has cumplido una vez mas con tu cometido. Estamos complacidos-
- Gracias, Padre de todos- respondió Sigurd y haciendo una reverencia al que intuyó que debía de ser Odín, el señor de Asgard
- Sabemos del dolor que para tí ha debido suponer esta tarea- dijo otra voz potente pero mucho mas amable, la del hombre cuyas señas de identidad identificaban como Tyr- Y es por eso que hoy te concederemos una gracia.
- Podrás pasar un día entero en las estancias de la eternidad, aquí en Asgard, junto a los guerreros que hasta aquí han ascendido- le ofreció Thor, con una voz tan firme como el mismísimo sonido que ejerce el rayo- Convivir con ellos, comer y beber con ellos, y conocer la eternidad que puede ser tuya también el día en que te llegue la hora.
- Os estoy muy agradecido, oh dioses- dijo Sigurd preocupado por lo que estaba a punto de decir- Pero... es que yo preferiría otro favor, que tampoco creo que sea difícil de pedir en realidad.

Se hizo un silencio, pero al poco, Odín empezó a reír como un padre amable ante un hijo inconformista.

- Ya sabía yo que esto no iba a ser así- dijo tranquilo- Tu quieres hablar con ella, ¿verdad?
- Si, gran padre. Quisiera hablar con ella un rato- pidió Sigurd. El silencio dió paso a las sonoras carcajadas de los tres dioses.
- Lo siento, Mjolnir. No puedo concedertelo. Esta oferta que te he hecho es lo máximo que puedo concederte por el momento por tus servicios. Pero no pasa nada si la rechazas por el momento. Al fin y al cabo es aquí donde acabarás cuando mueras. Quizá no quieres probar algo antes de tiempo, que también es sabio.
- Perdonad mi ignorancia, pero no he entendido por qué no puedo hablar con Cuervo- afirmó preocupado Sigurd
- Es simple, hijo mio- le respondió Thor- Porque no está aquí.
- ¿Cómo que no está aquí? Pero... si era el oráculo del Alfather.
- Esa información es peligrosa, Lobo. Algún día lo sabrás.- le dijo Odín
- Mientras tanto, deberías regresar al bosque. Un descanso antes de la misión que te encomendaremos- dijo Tyr
- Tiempos difíciles se aproximan, hijo mio. Y debes estar preparado. Pues quizá el destino del planeta recaiga sobre tus acciones.- dijo con serena voz Thor
- Volveré entonces- dijo Sigurd haciendo de nuevo una reverencia.

Pero la niebla volvió a envolverle en vez de despertar, y en vez de encontrarse de nuevo en aquel lugar, estaba en medio de las brumas. La esbelta figura de Cuervo se había aparecido ante él. Y una mezcla de impotencia, desconcierto y dolor se adueñaron de los pensamientos de Sigurd
- He tenido que traerte de nuevo a la niebla. Perdóname por evitar que despiertes- le dijo Cuervo con mirada preocupada y expresión dolorosa
- ¿Por qué no me has dicho nada?- dijo Sigurd tratando de contener la rabia que se apoderaba de él- No has llegado a Asgard
- Ni nunca podría- confesó Cuervo mirando hacia otro lado.- No se ni cómo hacer esto. Pero si te hablo desde aquí es porque no quiero que nos encuentren. Por favor, confía en mí, me está costando muchísimo hacer esto.
- No entiendo absolutamente nada- dijo Sigurd cansado, tratando de no desplomarse ante tantas emociones juntas de seguido
- Vale, te debo un par de respuestas- le dijo Cuervo resignada- Pregúntame lo que sea y trataré de responderlo, creo que te lo debo al menos.
- ¿A dónde has ido? ¿Y por qué has ido a ese lugar?
- Estoy en medio de la bruma. Existo solo aquí. Esto te va a resultar duro.
- Un momento...- dijo Sigurd, que había conectado fragmentos de su pasado ante la mas dura de las sospechas- Dime que no. No puede ser cierto.
- Es cierto- dijo Cuervo volviendo la mirada a Sigurd- Y no te lo he podido contar antes, perdóname. Por favor, no lo he hecho a malas, tienes que escucharme.
- Le entregaste tu vida a él para que pudiera volver- dijo Sigurd incrédulo. Estaba temblando incluso ahí, en aquel extraño lugar mas allá de las dimensiones.
- Sigurd, joder, escúchame- le pidió llorando Cuervo- Estuvo años y años sola esperándole en el bosque, nadie se me acercaba porque todos le odiabais, y yo no, teníamos planes juntos y no se iban a cumplir porque nadie nos quería ni escuchar, ¿es tan difícil eso?
- Que se había cargado a medio bosque. Y te encontré muerta a sus pies, ¿Es que querías que pensáramos otra cosa? Eras nuestra amiga.
- No te culpo, de verdad- se acercó a coger sus manos- No te culpo, pero yo tenía que hacerlo. Y es que no me vas a creer, Sigurd, no me vas a creer nada, pero lo he hecho por ti. He desafiado a todo por ti. Me sacrifiqué para poder tener momentos como este en el que puedo contarte cosas sin que nadie nos oiga, sin que nos espíe nadie. Nada puede vernos ni oírnos aquí.
- Estoy aún mas confuso de lo que puede parecer
- Si, lo se, perdón- dijo abrazándole. Era algo real o al menos lo sintió.- No puedo parar de pedírtelo, tengo tantas cosas que quiero poder contarte y no puedo. No puedo porque no es el momento, porque cambiar las cosas podría hacerte mucho mas daño.
- ¿Cuanto tiempo tenemos?
- Un rato al menos. ¿Hay algo que necesites preguntarme?
- No lo se. No se que está pasando ni por qué ahora.
- Quiero que me escuches bien, ¿vale?- dijo mirándole a los ojos- Quiero que me hagas caso y que por favor, si tienes que dudar de algo, que no sea de mi.
- No puedo no hacerte caso- dijo Sigurd queriéndose morir- Ya lo sabes.
- Si, lo se. Y yo te quiero mucho, muchísimo, y te mereces tantísimo...- volvió a abrazarle, mas fuerte que antes.- Salva a la hija del Buho, Sigurd. Ella es la clave. Por favor, impide que se salgan con la suya.
- ¿Quién?- dijo preocupado Sigurd- ¿Los tecnomantes? ¿El Jabalí? ¿Los renegados?
- Todos ellos- le dijo dándole un beso en la mejilla- Me tengo que ir, Sigurd.
- Espera, una última pregunta- pidió apresuradamente Sigurd- Por favor
- Vale, pero rápida o me pondré a llorar otra vez- dijo tratando de bromear
- ¿Por qué me quieres ayudar a mi? Él es tu pareja, es a quien amas. ¿Por qué me quieres ayudar contra él?
- Porque he visto muchas cosas, Sigurd. Y lo que he visto es demasiado injusto. Yo también se lo que es estar sola. Me niego a creer que el sufrimiento es en vano para algunos. Y mas para ti, que tienes las mas duras tareas. Ademas, sin tu no hubiera conocido a personas tan maravillosas. Ah, por cierto, me han mandado saludos para ti.

De entre la niebla, Zelborg salió, vital como lo recordaba de aquellos días, con su camisa verde y sus pantalones de cuerda.

- Sigurd, hermano, fíate de la moza, que vale oro- le dijo mientras se abalanzaba a abrazarle.
- Zelborg, no me lo puedo creer- dijo sorprendido mientras le abrazaba.
- Mira, te digo, para que termines de rematar esta conversación- dijo soltándose pero cogiendo sus brazos- No le digas a nadie, A NADIE, lo que hables con nosotros dos. Volveremos a verte en tus sueños siempre que podamos, que no creo tampoco que sea mucho, pero oye, algo es algo, el poder de la amistad es real. Haz lo que te dice aquí la corvacea, y llegado el momento comprenderás muchas cosas.
- Os haré caso. Os quiero muchísimo
- Nosotros a ti también- dijo Cuervo antes de lanzarle un beso y desvanecerse junto a Zelborg en la niebla.